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El verano es el tiempo de los olores. Oler para la bueno y para lo malo, los olores cobran un protagonismo absoluto. Caminar por el puerto de buena mañana y oler cuerpos limpios con su crema solar. Me es relajante, es pensar en seguida en la playa, y con lo a gustito que se estaría. Oler la colonia de un bebé, aún tierno de vida. O el vino tinto prohibido por la maternidad que se te hace más escandalosamente apetitoso. También están los olores apestosos como la basura, sudor, perfumes fuertes de señores y señoras que después no hay manera de que te los quites tú cuando les has dado un beso por educación. Pero los olores agradables en verano ganan: el olor a pescado fresco; olores de países exóticos que te transporta la brisa marinera menorquina; pan recién hecho; unos rosales;... Estos olores además de personales, cada uno tendrá el que más o menos le guste, son exclusivos. Hasta pueden ser olores, sabores que te hagan recordar, evocar momentos del pasado como le pasó a Mercel Proust con una magdalena mojada en un té («Por el camino de Swann. En Busca del Tiempo Perdido», 1913) al acercarla a su boca y saborearla en cada resquicio de sus papilas gustativas le transportó a vivencias de su infancia. Como el limonero maduro de Antonio Machado que le recordaba al patio de su infancia en Sevilla («Campos de Castilla», 1907-17). Me pasa cuando paso por una guardería; o los libros, juguetes nuevos; ... La ciencia avanza pero capturar olores aún no está en los éxitos de ningún científico, ni siquiera la televisión puede reproducir los olores del chup chup cuando cocina Carlos Arguiñano. Los olores son del verano (de Proust) cuando el calor aprieta y rezuman sin esfuerzo como la fruta. Oler a mango, podría pasar horas y me transporta a Panamá. Olor a jazmín, Sevilla, adolescencia. Olor a caballo, Ciutadella. Olor a camamil·la, Menorca... Y con los olores agradables que son los que se retienen, los que se guardan en nuestros archivos del recuerdo vienen cosidos, hilvanados a una sonrisa y a entornar los ojos mientras subes los pómulos. Hay algunos olores que hasta te sonrojan o ruborizan y ya llevas los coloretes para el día. En verano los olores no se pueden tapar ni con el perfume más caro. Son incontrolables, algunos deseables otro repudiables. Pero sorprendentemente mágicos, porque te pueden transportar allá donde tu recuerdo alcance, sonreír y tener un ratito bello para ti. Te pueden paralizar de tu trayecto al trabajo y atraparte, raptarte a ese lugar donde fuiste feliz en ese momento.

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