Había asistido a la presentación en 2011 del libro «Saber que se puede, veinte años después» de Irene Villa en el Consell insular, pero nunca había tenido la oportunidad de hablar con ella, hasta que pude entrevistarla en su reciente visita a Menorca.
Sabía lo que todo el mundo sabe, desgraciadamente, sobre el terrible atentado terrorista que ella y su madre sufrieron un mes de octubre de 1991, que la mutiló cuando solo era una niña, y también conocía su capacidad de superación, que la ha llevado a escribir, a estudiar tres carreras universitarias y a lograr triunfos deportivos, pero nada más.
Irene es una de esas personas que transmite una increíble energía y que, sin ser consciente de ello ni tan siquiera quererlo, se convierte cuando te cuenta sus experiencias y manifiesta, pese a todo, su optimismo ante la vida, en alguien especial. Te hace reflexionar sobre esas miserias humanas que ella ha plasmado en su libro, no solo las grandes, que trastocan la existencia, sino también aquellas pequeñas, que día a día dejamos que minen nuestra ilusión y nos tapen el azul del cielo.
Reflexionar sobre si una misma tendría esa capacidad de cerrar la puerta al rencor y al odio, de saber perdonar ante una situación así, a pesar de que, racionalmente, sea el único camino conocido para recuperar la felicidad. «Ahora es demasiado tarde, princesa..., búscate otro perro que te ladre, princesa», cantaba Joaquín Sabina, el psicólogo de la calle, el trovador de lo cotidiano, del que la periodista se declara admiradora.
Ella le ha dado la vuelta a la canción, con su empuje, su dignidad, que le lleva a rechazar, rotunda, la compasión, porque arropada por su familia, por su marido y siendo ahora madre, se siente afortunada. Quizás a su pesar, todo un ejemplo.