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Anda la opinión pública revuelta con Eurovisión ¿se acuerdan? Aquel concurso de canción que antaño reunía a toda la familia frente al televisor, por donde pasaron grupos como Abba y donde Spain, salvo excepciones, cosechaba un zero point. Y al día siguiente, aunque importara más bien poco, se hablaba de tongo y de la manía que nos tenían por ahí fuera.

Ahora no se comenta apenas el evento, desconozco qué audiencia logra pero no formo parte de ella y creo que si no fuera por la mujer barbuda Conchita Wurst –el personaje circense de ese chaval austriaco, Tom Neuwirth-, Eurovisión habría pasado una vez más sin pena ni gloria. Pero estos días la barba y la voz de Conchita están en los periódicos, las redes sociales y en las conversaciones. Se ha erigido para algunos en el 'no va más' de la tolerancia y también de la transgresión; para otros en el colmo de lo extravagante.

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No sé si lo de Conchita será una maniobra de distracción orquestada por un ente perverso – la Troika es lo más malévolo que se me ocurre en este momento-, pero fíjense que estamos en plena campaña electoral europea y ¡qué fácil es despistarnos! Olvidamos lo que hemos pasado estos años por una cara sin afeitar y un concurso que había pasado de moda.

Noticias como la de los sueldos de nuestros eurodiputados –no por repetida menos sangrante-, pasan desapercibidas en plena campaña y ellos, esos que se embolsan 8.020 euros brutos al mes sin incluir dietas, mientras a los demás nos azotan con recortes y reducciones salariales, hacen como si la cosa no fuera con ellos, que Bruselas es muy caro, oiga; como si los electores fuéramos tontos.

Aún no he escuchado a ningún partido decir que, si gana, pondrá fin a ese despropósito, a ese despilfarro de los parlamentarios de la Unión Europea, cuya nómina neta es más de diez veces el salario mínimo español. Tal vez si lo hicieran no habría tanto hastío y abstención.