De propósito quería yo dejar un tiempo prudencial cuando ya todos los factos mortuorios y las exageradas necrologías, en algunos casos incluso ridículas de pura exageración en torno al fallecimiento de Adolfo Suárez hubieran concluido, o por lo menos sosegado en la mesura, para venir a decir cosas muy diferentes.
¿Qué Suárez fue un gran hombre? Sin duda que sí ¿Qué supo trastocar al lado de El Rey la férrea herencia de una dictadura y conducir al país hacia la democracia? Ese es precisamente su mayor logro. Dicho lo cual, debo añadir, que no le salió gratis, que pago por ello un altísimo precio, con el desdén, el desprecio y las zancadillas políticas de quiénes veían en él una continuidad del régimen de donde procedía, al ser nada más y nada menos, que ministro secretario general del Movimiento. Por eso los pocos demócratas que realmente había en España cuando el Rey le designó presidente del Gobierno, se horrorizaron.
En las exequias fúnebres a lo largo y a lo ancho del país, hemos podido ver una gran cantidad de falsedad y de hipocresía. Si las puñaladas políticas y las zancadillas de todo tipo manasen sangre, en la Carrera de San Jerónimo habría llegado muy lejos. Fíjense la realidad de en qué grado se le quería y se le apreciaba, que apenas año y medio después de la asonada (1), Suárez se presentaba con su nuevo partido a las elecciones y obtuvo dos diputados en todo el país. O sea, el abandono más absoluto para un hombre que se lo había jugado todo a la carta de la democracia. Un hombre que le había plantado cara a la brutalidad de Tejero; un hombre, que al legalizar el partido comunista, la derecha decimonónica y los militares que habían ganado la guerra civil, le estigmatizaron como enemigo de España. Tampoco pudo contar con el aprecio de la jerarquía eclesiástica, muy contrariada con él por lo del divorcio. Ni siquiera todos sus ministros le apoyaban. Por supuesto como era natural, la oposición decía pestes de él. Llegaron a llamarle "el tahúr del Mississippi", y no crean que esto tenía la categoría de anécdota, si no más en puridad, la de mero entremés verbal ante la verdadera indigestión de dimes y diretes que este hombre bueno y sin duda valiente, tuvo que soportar. Y ahora a su muerte, todos los que le hicieron la vida imposible, básicamente la derecha, se han mostrado compungidos y dispuestos a no escatimar ni el boato ni el oropel ¿Dónde estaban muchos de estos personajes cuando le abandonaron? ¿Dónde estaban cuando militaban con él en UCD y tuvo que presentar la dimisión?
En mi opinión como politólogo creo que Suárez se equivocó cuando pensó que con la democracia le iba a ir incluso mejor que con la dictadura. El más elemental análisis debería de haberle apercibido de que la cúpula militar, eclesiástica, social, económica y política, le consideraban unos más, unos menos, el gran traidor, especialmente a partir de aquella Semana Santa en que legalizó al partido comunista, o cuando abrió el camino hacia la ley del divorcio, o cuando creó las autonomías, que consideraban una incipiente segregación. Por eso le hicieron la vida imposible.
En el excelente artículo de Javier Cercas. «El País, miércoles 2 de abril 2.014, pág. 33», dice refiriéndose a la muerte de Suárez: «tras su muerte hemos escuchado estos días muchas obscenidades, mentiras y vilezas».
Portada del País, viernes 4 de abril 2014, en el artículo de Juan Luis Cebrián, que lleva por título Gato por Liebre, dice: «muchos de quienes le apuñalaron en vida, lloran ahora públicamente su marcha con lágrimas de plañideras y cada cual da rienda suelta al particular mercadeo de los diversos productos que quiere vender a los españoles». Pues sí, mucho hemos tenido de estas miserias en aquellos que no sólo le abandonaron, además le criticaron hasta la pura ofensa, tan injusta como despiadadamente. Por eso precisamente, la suya, si está bien escrita, será una biografía común a los verdaderos héroes.
(1)Asonada: reunión tumultuosa, motín para conseguir algún fin.