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Voy a plantear una situación, a ver qué creen que es lo que falla: un matrimonio pierde su empresa porque ya no puede afrontar el pago de la hipoteca del local que compraron en una época en la que los bancos firmaban hipotecas como un futbolista firma autógrafos; han vendido ya todo lo vendible, les han embargado dos furgonetas y tres o cuatro sueños de jubilación tranquila , no pueden afrontar las deudas de la seguridad social de los nueve empleados que han podido mantener desde hace casi dos décadas (nueve familias, diez en total, que ya han perdido su modo de subsistencia) y no pueden afrontar tampoco la angustia vital de los últimos tiempos: las noches sin dormir, las cartas, las amenazas, los préstamos de amigos y de familiares que nunca podrán devolver, la falta de pedidos y de trabajo, la miseria, al fin y al cabo. Ese mismo banco que les concedió la hipoteca y que les daba regalos en navidad no hace tanto les arrebata ahora su casa, porque avalaron con ella, claro, y la subasta del local (una subasta trucada, por cierto, en la que los bancos, esos que son 'rescatados' por el Gobierno de turno con el dinero de todos una y otra vez y con cifras que no podemos ni entender y que ya obtienen por su cuenta beneficios millonarios, utilizan una filial en la puja para conseguir quedarse los inmuebles por menos de la mitad de su tasación) no ha cubierto la hipoteca. El matrimonio, cerca ya de los sesenta años, se queda así sin trabajo, sin casa, sin esperanza y sin prestación por desempleado, que para eso eran autónomos. Su hijo treintañero está en paro, igual que el 26 por ciento de la población activa española, la tasa más alta de la Unión Europea después de Grecia, y recurren todos a la madre de ella, una amable y viuda octogenaria que cobra una pensión de cuatrocientos euros al mes, para poder así comer y disponer de un hogar donde caerse todos muertos. Ahora bien, ¿qué dirían ustedes que es lo que falla en todo eso?


Exacto, el sentido común. El sistema capitalista y la economía de mercado, con el crecimiento como bandera nos ha llevado hasta esta situación y que nos volvería a llevar una y mil veces en sus altos y bajos, carece de sentido común y es por eso que hay que buscar otras vías: el planeta y la población ya no puede aguantar este modelo productivo en el que ganar dinero es el único fin. El activista político y filósofo austriaco Christian Felber ha lanzado su propuesta para salir de la dicotomía entre capitalismo y comunismo y convertir el dinero en un medio. Ha mirado más lejos: el modelo del que es el principal impulsor se basa en la que han llamado la Economía del Bien Común (economia-del-bien-comun.org/es), que ya aplican centenares de empresas pioneras en todo el mundo y, en el caso de España, también algunos ayuntamientos. La idea no es otra que un modelo político y económico que apuesta por la participación ciudadana, la transparencia, la justicia social, la cooperación, el reparto justo de la riqueza y del trabajo, la regulación de sueldos (que nadie pueda, por ejemplo, ganar más de veinte veces el salario mínimo), la energía sostenible, el medio ambiente, la eficiencia presupuestaria orientada a lo que los ciudadanos, en cada territorio, consideren importante (¿qué pasaría, por ejemplo, si se votara si se destinan o no 30 millones de euros a unas obras innecesarias en una carretera de una isla envuelta en una depresión económica y moral como Menorca cuyo atractivo y motor es precisamente su paisaje?). Lo que plantea Febler no es nuevo, él mismo recuerda que ya Aristóteles, en su «Política», calificó de «contra natura» aquella forma de economía basada sólo en ganar dinero y además, no es descabellado: gracias a internet una democracia participativa está al alcance de un clic.

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Estaría bien que los ayuntamientos de Menorca (y las empresas) echaran un vistazo a sus propuestas y se sumaran a estos abanderados para desmarcarse de la corruptela imperante, de las mafias entre compañías, ciertos políticos, bancas y grandes grupos financieros y multinacionales, y dieran un paso al frente. Los recortes no son necesarios, hay riqueza de sobra si se gestiona bien, pero nos venden la película para seguir empobreciendo a la mayoría de la población y hacerla así más dependiente de este sistema caníbal que tiene los días contados. Sin la cooperación y la apertura hacia un nuevo modelo con una economía global más humana, democrática y ecológica no habrá escapatoria. Puede que la Economía del Bien Común no sea exactamente la guía que al final triunfe para la nueva etapa de la civilización pero por ahí andarán los tiros si queremos salvaguardar principios y derechos básicos: el planeta no aguantará mucho más este modelo. Nosotros, tampoco.

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