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Un 87 por ciento de los ciudadanos de Baleares, y hasta un 93 por ciento de los menorquines, se quedan en blanco cuando les preguntan por sus representantes en el Parlamento Europeo. La última encuesta del Instituto Balear de Estudios Sociales para «Última Hora» dejó claro el desconocimiento del votante de los eurodiputados que le representan en Bruselas y Estrasburgo -variedad de sedes, otro dispendio-, a pesar de que de sus impuestos salen unos jugosos salarios que entre dietas y gratificaciones varias pueden llegar a superar los diez mil euros mensuales, siempre que no hagan novillos y asistan a todas las sesiones parlamentarias.

Es una polémica que se reabre periódicamente cuanto se acercan las elecciones, como es el caso, y que escuece aún más en la situación en la que estamos, con recortes que nos llegan precisamente de aquellos que, desde los escaños de la eurocámara y con sueldos opulentos, votan o simplemente consienten algunas de las medidas que aprietan la soga alrededor de millones de votantes.

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Por eso sorprende otro de los datos del sondeo, que un 41 por ciento de los baleares aún crea que las medidas que toma la Unión Europea no le afectan -aunque hagan que cambie su Constitución o que se retrase su jubilación-, y que más de un 80 por ciento diga que no se considera informado de las decisiones que allí se toman. Así las cosas, el desapego y la indiferencia crecen, la ilusión por Europa se desvanece y la participación en las urnas el próximo mayo se prevé solo del 35 por ciento.

Pero la situación debería ser justo la contraria; si miramos con recelo a los políticos más próximos, si denunciamos sus excesos y queremos que se escrute su actividad, no podemos permitir que el retiro de Bruselas, además de ser dorado, pase totalmente desapercibido.