Mientras el invierno da sus últimos coletazos (como se suele decir utilizando un símil animal), «hacemos camino al andar». Aunque hoy nos cueste más que antes y el camino se ponga cuesta arriba. Lo dejó escrito Antonio Machado, el poeta que murió en el exilio a causa de la guerra y está enterrado en Francia, en un pueblecito cercano a la frontera, que no llega a los 3.000 habitantes. Colliure suena a libertad y es marinero. Si observamos el horizonte, tal vez podamos adivinar las estelas que se difuminan en el mar.
La marea humana sube y baja. Con el buen tiempo llega la pleamar y las calles se llenan de gente que inunda todos los rincones, que entra o sale de las tiendas, de las casas, de los bares... Hablan animadamente cuando se encuentran: de las cosas que pasan, de cómo le va a cada uno, del tiempo que hace que no se veían...
-Esto, por aquí, ha estado desierto. Parecía una ciudad fantasma - dice alguno. La temporada baja es cada vez más baja. Y nuestro ánimo se deja arrastrar por la corriente de aire frío que congela las antiguas ilusiones. El viento recorre a sus anchas, plazas y avenidas, mientras el silencio parece preñado de dudas y reproches...
Pero llega el bullicio de las estaciones cálidas. Necesitamos recobrar el pulso anímico y comercial, que nos haga rememorar la visión machadiana de aquel viejo olmo seco:
«Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera».