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Luis Alejandre, militar, general y conseller del Consell de Menorca durante cuatro años, se incorporó ayer a la Orden del Imperio Británico con el grado de oficial.

El acto -en una mañana espléndida y limpia, con todas las coordenadas del puerto de Maó- transcurrió con ecos solemnes en el enclave donde desembarcó en 1287 el rey Alfonso III. Un islote transformado por los ingleses, durante las dominaciones británicas del siglo XVIII, en la Bloody Island. La isla de la sangre, la isla del hospital, por el gran centro, ejemplo de arquitectura sanitaria del siglo de las Luces, que un tozudo Alejandre ha salvado de la incuria gracias a la colaboración entusiasta de un gran grupo de voluntarios.

Hombre de vocación y formación militar, conseller por compromiso con Menorca y lealtad al presidente Tadeo, el general representa hoy el impulso y la capacidad de organización de la sociedad civil menorquina.

Durante años, la isla del Rey fue un testimonio, triste y vergonzoso, del deterioro, la incuria y el incivismo con que se iba perdiendo el rico patrimonio histórico de la Menorca ilustrada, protagonista de episodios y avatares europeos desde el tratado de Utrech a la paz de Amiens.

No prosperó el imposible proyecto, surgido durante el franquismo, para crear un parador turístico nacional y fracasaron los sucesivos concursos convocados por el alcalde arquitecto Borja Carreras-Moysi, al estrellarse con la falta de financiación.

Sustraídas las vigas de madera, robadas las puertas y ventanas y expoliadas las instalaciones, la recuperación se inició cuando un grupo de menorquines, liderados por Luis Alejandre, decidieron acudir cada domingo y, gracias a un trabajo en equipo extraordinario, han evitado la destrucción y la pérdida definitiva del monumento. El general compartió la condecoración con todos los voluntarios. Queda trabajo por hacer.