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¿Hacerse mayor es hacerse más sensible? o ¿tener conocimientos te hace ser más sensible? No sé, la cuestión es que «Masterchef Junior» ha sido objeto de la mayoría de quejas de la audiencia recogidas en el último informe trimestral de la defensora del espectador, radioyente e internauta de RTVE por presentar un ternero en el plató al que se le dio el biberón y los niños lo adoptaron como mascota para que acto seguido un maestro cocinero despiezara a su congénere. Y con esas me dispongo, vestida de luto, a hacer la compra de la semana en el super. ¡Ay, madrecita! Puedo entrar y salir por todas las calles de la superficie comercial hasta que llega el momento de acceder al lineal de la carnes… Había pasado cientos de veces por ahí pero esta vez era distinto, mis ojos solo veían carne apilada, envasada, plastificada,… Aah! casi me da un tabardillo. Así que me posicioné estratégicamente en una esquina y miraba a mi acompañante, quien me iba haciendo señas de si cogía pollo o ternera. Comentándolo con una amiga me dice que a su pareja masculina le pasa lo mismo que no puede entrar en la sección de carnes de ningún supermercado bajo ningún concepto. Es como un mortuorio, neveras con el muerto dentro tapado con la sábana film. Se pone azul solo de pensar como se muestra la carne salvajemente en bandejas. Y es cuando defiendo a los carniceros en su carnicería de siempre como a los charcuteros que te cortan al corte lo que quieres comer para el día. Está jugoso, fresco, y además sabe a lo que te estás comiendo. Pero es que las prisas nos han acostumbrado a pasar con los carros y coger en volandas las piezas deseadas y no esperar a que te den la vez ni a ser despachada por tu carnicero/charcutero de siempre: que te aconseja qué pieza está mejor; o cómo cocinarla; envolverte el género con ese papel tan característico; las ofertas del día; algún piropo; o ponerse al día sobre las cosas del barrio, o con la más rabiosa actualidad. Y mira que era de las que me moría de vergüenza en la adolescencia cuando mi madre me encargaba el recado de ir al charcutero de la esquina y comprar un cuarto de jamón serrano. Me lo tenía que apuntar porque más de una vez se me olvidaba viendo algún que otro escaparate. O sudaba al decir un cuarto porque tenía que retener los gramos para que no se pasara porque llevaba el dinero justo. Pero reconozco que era una buena forma de aprender a defenderte, de desenvolverte en la sociedad, de saber de gramos, kilos, pesos, de saber lo que compras. Ahora la facilidad nos hace aprensivos, un poco tontos, y menos románticos.

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