A la mayoría de políticos les gusta soñar que van a dejar «algo» perenne, algo nuevo, una mejora, que cuando ya sean socios del «Esplai» les produzca una íntima satisfacción cada vez que pasen por delante. A casi ningún político le place ser solo un buen gestor, ayudando a atender los problemas ciudadanos, preocupándose por la gente, sobre todo por la que más atención necesita. Quieren un edificio, «algo» físico. Es como la piruleta de un niño, el deseo natural, la atracción por lo dulce.
Esa visión de la cosa pública, ha dado como resultado «mamotretos» inútiles, restos del pasado, que la crisis convierte en ejemplos de lo que no se espera ya de los políticos, que aunque intenten resistirse al cambio de mentalidad, al final la realidad se impone.
Hay tantos ejemplos del pasado... Uno ilustrativo y transversal es la compra de palacios y casas nobiliarias en Ciutadella. El gobierno de izquierdas compró en 2001 el palacio de Ca'n Saura por 1,5 millones de euros. A eso hay que añadir la reforma, el coste del proyecto de ABCN, el mantenimiento. Ahora, el actual alcalde realiza gestiones para ver cómo puede desprenderse de este palacio tan bonito como innecesario. Pero, de ese ejemplo no se quiso aprender. En diciembre de 2005, el Ayuntamiento decide comprar el edificio Saura Morell por un valor de 2,8 millones de euros. (En el mismo pleno se aprobó el pago de 4 millones por la zona verde del Canal Salat). El concejal de entonces, Avel·lí Casasnovas, dijo que era «un orgullo» esa compra, que calificó como «el mejor negocio inmobiliario de los últimos cinco años para el Ayuntamiento».
Reducir los costes de todo ese patrimonio excesivo es una tarea necesaria de las administraciones. Las grandes compras deberían borrarse de los programas electorales.