¿A que estaría bien si fuera cierto?, me pregunto, tratando de ponerme en la piel de un conspiranoico. Pero no, me temo que tampoco en esta ocasión va a funcionar, porque, a pesar del jolgorio madrileño y de las redes sociales, el asunto Rosell-Neymar despide un tufo a estafa al fisco que tira de espaldas. Y coincide con la obscena petición de indulto de la mayoría de presidentes de clubes de Primera División para Del Nido, ex presidente del Sevilla condenado a siete años de cárcel por robar dinero público. Por no hablar de las habituales connivencias de Florentino con el poder político, ¡ay ese palco del Bernabéu, teatro de altas intrigas!… Y es que el fútbol español es cosa nostra.
VIERNES, 24
Me despierto rumiando sobre esa banalidad del mal de la que nos hablara Hannah Arendt, concepto tan deslumbrante como difícil de aprehender. De hecho ella fue mal interpretada (acusada de poco judía) y le costó no pocos disgustos. Pensé de nuevo en ello anoche en el Cine Club viendo «El médico alemán», película argentina sobre las andanzas patagónicas del médico nazi Josef Mengele, tristemente famoso por sus experimentos científicos con seres humanos.
Lo que observó la filósofa en el juicio en Eichmann y que es trasladable a la siniestra historia de Mengele es que la frontera entre el mal y el bien es muy tenue. Que Eichman y Mengele no son bestias diabólicas, lo que en cierta manera nos tranquilizaría, sino que son seres humanos… banales que ofician de matarifes como antes de probos ciudadanos… ¿Cuántos tolerantes silenciosos no hubo con el horror nazi? ¿Y con el franquismo más casposo? ¿Y con el terror etarra y aquel sobrecogedor algo habrá hecho? La tesis de Arendt es inquietante porque nos pone ante el espejo.
SABADO, 25
Si no querías caldo, toma dos tazas. Sueño entrecortado tras haber visto anoche «Doce años de esclavitud», turbadora película sobre hechos reales de la otra gran vergüenza planetaria, la esclavitud. Sobresaliente guión, interpretaciones de una pasmosa naturalidad, magnífico cameo de Brad Pitt, crudeza narrativa, y una dirección contenida y al mismo tiempo vibrante, conforman un film que no puede dejar indiferente a nadie, y mucho menos a quienes disfrutan hoy día de condiciones laborales dignas de aquellos ominosos tiempos.
Para escampar boires, nada mejor en la mañana sabatina que la majestuosa salida del «Juan Sebastián Elcano» de la no menos gloriosa rada mahonesa, configurando imágenes propias de nuestro singular siglo XVIII. Velas desplegadas, guardiamarinas encaramados a los mástiles, cortejo de pequeñas embarcaciones. Lo seguimos por la orilla correteando como niños para ver la imagen del barco silueteada contra la Isla del Rey. Finalmente nos desplazamos a la cala de San Esteban para ver a la goleta, sobre el fondo pictórico de La Mola, saliendo del puerto a todo trapo. Belleza primigenia, melancólica como una magdalena de Proust. Solo el ruido de los incesantes clicks de los teléfonos móviles nos recuerda que estamos en pleno siglo XXI.
DOMINGO, 26
Hablando de melancolía: el cierre del mítico Es Cau actúa como un aspersor de nostalgia. Aunque siempre he sido un noctífugo irritante para mis próximos, a quienes he privado en exceso de las delicias nocturnas, me ha gustado ir de vez en cuando a Es Cau, mucho más, evidentemente, en épocas juveniles, donde era obligado caladero de pesca y/o tertulia barcelonista con Nito es Curro. Últimamente me reía a gusto con las hilarantes letras de las canciones de los hermanos Villalonga, Alaiorc-Alaiorc i piccolisima migjornera. Ellos han intentado mantener Es Cau a flote, pero el implacable dios Mercado lo ha impedido. Una víctima colateral más y una sensible pérdida para la noche menorquina.
MARTES, 28
¡Fora boires! Termino de una tacada «Bloody Miami», la desopilante última novela de Tom Wolfe, un prodigio de exuberancia narrativa que percute literalmente todos los sentidos del lector. Literatura innovadora, como lo fue en su día su «Hoguera de las vanidades», con una inusual riqueza de imágenes (incluso sonidos) y metáforas para describir la vida multirracial de Miami, sus relaciones de poder, las mafias posmodernas que halagan el esnobismo artístico, el corrosivo papel difamatorio de las redes sociales… Una gozada y un lenitivo para la melancolía.
MIÉRCOLES, 29
Despido a Guillermina Mir, agradosa vocacional que siempre me veía como el niño que iba a su casa a jugar con sus hijos Luis y Miguel. Y me lo ha hecho sentir hasta el final, cuando en vez de mi bata blanca veía mi mandil escolar. Impagable e inolvidable.