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No por esperado el bicho me produce menos terror. Y lo peor es que su ataque, que ahora solo escuece un poco, que casi no duele, es prolongado en el tiempo, con el agravante de que se sabe con certeza que su intensidad va en aumento sin tregua ni remedio útil hasta ser insoportable. Ylo peor: que es inevitable.

Como aquel primer picudo rojo, indeseable turista de alojamiento y desayuno, que hace días dio el primer aviso del festín de sus colegas, ahora ya se vislumbran gestos, poses, señales, que no son más que los primeros leves temblores de lo que acabará siendo el fuerte rugido de la marabunta. Y no hay refugio eficaz. Es implacable.

Su ataque es sibilino al principio. Cuando ve cerca su final adopta formas y sonidos perfectamente reconocibles, se manifiesta sin tapujos, sin esconderse, a pecho descubierto. Ya no tiene nada que perder. Por eso, uno lo puede esquivar con más facilidad. Pero ahora, cuando sabe que le queda un largo camino y que la víctima más inocente no lo aguarda ni lo teme, el monstruo es imperceptible, camaleónico, se confunde con elementos cotidianos, trampas a las que nos asomamos ingenuos sin ver en ellas riesgo alguno.

Atentos. No hagan caso de la aparente calma, porque el bicho ya actúa, pica, y en esta primera fase inicial solo es perceptible al microscopio intuitivo, al conocimiento detallado de su rastro y sus armas. Atentos, señores. Atentos, a la aparición de latiguillos-mantra, a la publicitación hiperbólica de logros relativos, a la venta de motos. Atentos a caramelos impositivos, a austeridades ahora relativizadas, a las excusas para fracasos, a pieles extrasensibles. Atentos, al postureo, al pesebrismo y al anhelo por la foto. Atentos, porque el bicho despertó. Atentos, porque la campaña electoral para 2015 ya ha comenzado.