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La manifestación que recorrió Maó este pasado domingo y que logró una participación histórica no deja lugar a dudas ni a interpretaciones. Da igual el baile de cifras habitual que se da en estos casos, la protesta, pacífica, fue contundente, y es necesario ya que la sensatez se imponga y todas las partes sean capaces de reestablecer el diálogo. Pero no entre sordos, sino uno que verdaderamente lleve al entendimiento, porque hay mucho en juego. Miles de alumnos que han tenido un inicio de curso tortuoso, y que no deben convertirse ni en cobayas de un experimento llamado Tratamiento Integrado de Lenguas ni en excusa para hacer política.

Govern y docentes están de acuerdo en el fondo de la cuestión, la necesidad de dominar las dos lenguas oficiales, más una tercera extranjera, es en sí un hecho positivo, una herramienta fundamental para el futuro profesional de nuestros hijos, que nadie cuestiona. El problema es el cómo se lleva a cabo ese proyecto, y en este punto es indudable que los que más conocen las posibilidades de sus alumnos son los maestros, y hay que escucharles.

Pero además en esta coctelera del TIL se han mezclado demasiados ingredientes. El idioma, ese sistema de palabras que permite la comunicación, es en realidad mucho más que eso, es la lengua en la que pensamos, nos enfadamos, sufrimos o amamos, en definitiva, sentimos, y ninguna lengua 'per se' es mejor o peor que otra. Todas ellas contienen un torrente de emociones que precisamente nos hace vulnerables ante la manipulación. Las imposiciones en materia lingüística suelen generar el efecto contrario del deseado, el rechazo o, en el mejor de los casos, la indiferencia y el fracaso en el aprendizaje. Para evitarlo es imprescindible que se tiendan puentes y que exista ya la voluntad de cruzarlos.