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El fichaje de Neymar por el FC Barcelona ha desatado de nuevo las iras contra el mundo del fútbol, al cuestionarse la moralidad de un pago de varias decenas de millones de euros por un simple profesional, que además trabaja en pantalón corto. No entiende una parte de la ciudadanía que con la que está cayendo, con gente pasándolo realmente muy mal y con la administración pegando hachazos, se produzcan estos dispendios. Es incuestionable que lo que cobran, como ficha, los jugadores de fútbol es una auténtica inmoralidad, desproporcionado respecto al esfuerzo requerido y la formación necesaria. Como lo es lo que cobran determinados actores, cantantes o directivos de banca. No obstante, no hay que ser simplistas. Neymar no es solo Neymar, sus goles y sus regates. Por Neymar, como con Messi o con Iniesta, va a poder trabajar el empleado de seguridad del club, el que limpia los lavabos del Camp Nou, el que vende las camisetas, el que las fabrica, el que vende los banderines, el que los fabrica, el cámara de la televisión que da el partido, el técnico de sonido del campo, el encargado del bar, la azafata de la zona VIP del palco, el que reparte palomitas entre el público, el periodista del "Sport", la secretaria de Sandro Rossell, el jardinero que se encarga de cuidar el césped, el bisutero que elabora los llaveros con el rostro del joven carioca, el que vende las entradas, el que las corta, el que las revende sin pasar por Hacienda, el taxista que opera en el Camp Nou, el que edita el álbum de cromos... La crisis nos ha llevado a la tentación de querer pararlo todo, de cuestionar cualquier dispendio, de no ver más allá de las cifras y la demagogia popular. Sí, lo que cobran los futbolistas es muy desproporcionado, pero lo que generan es todo un ecosistema de personas que se libran del INEM.