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Conmemoramos este año el tercer centenario de la firma de los tratados de Utrecht (1713-2013) que consolidaba, entre otras cláusulas, la ocupación de Menorca por Inglaterra y, por otra parte, los 250 de la Paz de París que ponía fin a la Guerra de los Siete Años (1756-1763) por el que otra vez la Balear Menor tras siete años de ocupación francesa, se reintegraba a la Corona inglesa. ¡Complejo siglo XVIII! ¿Porqué Menorca en los dos tratados?.

Si el lector traza una circunferencia imaginaria sobre el Mediterráneo occidental que pase por Marsella, Toulon, Córcega, Cerdeña, Argel, Valencia, Barcelona y Rosas, comprobará que su centro lo ocupa Menorca y concretamente el puerto de Mahón. La geografía marca la historia de los pueblos. Y cuando a comienzos del siglo XVIII el comercio se extendía a lo largo de todo el mundo, mejorados sustancialmente los medios y técnicas de navegación, las potencias marítimas se disputarán su hegemonía en América , pero también en el Mediterráneo con la vista puesta en los mercados de Oriente.
Menorca será por tanto, junto con Gibraltar y luego con Malta, objetivo estratégico, plaza a conquistar, instrumento constante de ambiciones y canjes en el tablero de la política internacional.

Con relativo poco peso institucional conmemoramos –que no celebramos– los dos tratados.

Repasemos el primero. Inglaterra, que ya tenía agencias comerciales en Menorca desde hacía décadas, ocupó la isla en 1708 en nombre del pretendiente a la Corona de España Archiduque Carlos de Austria, en plena Guerra de Sucesión. Gibraltar correría una misma suerte. Debían estar seguros los ingleses de su permanencia en Menorca porque enseguida ampliaron las defensas del castillo de San Felipe que cerraba la entrada del puerto de Mahón y construyeron incluso en 1711 un Hospital Naval en la Isla del Rey ,enclave situado en pleno centro del seguro y valorado puerto. Dos años después en Utrecht no supimos o no pudimos retrotraer los hechos que en muchos sentidos violaban el Derecho Internacional. Era uno de los primeros síntomas de nuestra decadencia. Se consolidaba una ocupación que permitía a Inglaterra proteger su comercio, evitar el regreso de los barcos a sus bases atlánticas proporcionando invernadas, carenados e incluso construcciones en su propia base de operaciones.

En una nueva guerra –la de los Siete Años– volvieron a enfrentarse las mismas potencias, Francia, España e Inglaterra que extendieron a Rusia y Austria.

Algunos historiadores la definen como mundial, dado que se abrieron frentes tanto en Europa –Silesia, y Mediterráneo–, como en América –Canadá, Acadia, Florida, Lousiana, La Habana, Sacramento, Rio de la Plata–, en Senegal, en la India, alcanzando incluso a nuestra Manila en las Filipinas.

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Bien al comienzo de este conflicto (1756), Francia conquistó Menorca , «de iure» inglesa desde Utrecht, con fuerzas que proyectó desde su base de Toulon.

Durante siete años de dominación construyó un pueblo –San Luis, en nombre del Rey Santo– se esforzó en acercarse a una población católica más alejada de las anglicanas y protestantes guarniciones inglesas, fortificó y puso en valor un camino perimetral para defensa de su litoral, el «Cami de Cavalls» que hoy constituye un atractivo valor patrimonial y turístico con carácter de Gran Ruta (GR 223) reconocido por la Unión Europea.

Pero por encima de todo lo anterior, Menorca fue utilizada como baza estratégica.

Una biografía reciente de Ricardo Wall, escrita por el profesor Diego Téllez de la Universidad de La Rioja, ratifica esta tesis. Wall, guardiamarina, soldado y diplomático procedía de aquella saga de irlandeses que huyendo de las guerras de religión en su país, se integraron en la corte de Felipe V que luchaba por consolidar la nueva dinastía Borbón en España. Wall, embajador en Londres , sucedió luego a D. José de Carvajal como secretario de Estado ,a caballo de los reinados de Fernando VI y Carlos III. Indiscutible testigo directo de esta guerra, refiere cómo Francia, recién conquistada Menorca, la ofreció a España a cambio de una alianza; pero como también Inglaterra ofreció Gibraltar a cambio de neutralizarla. Hay documentos franceses que demuestran el sutil juego de las presiones diplomáticas. Mientras en cancillerías se ofrecían pactos y alianzas, documentos confidenciales aconsejaban: «Para asegurar un equilibrio entre las grandes potencias, Menorca no debe ser ni inglesa ni española, sino francesa».

Al final, mientras la guerra se extendía por medio mundo, una práctica Inglaterra conquistaba (1761) Belle Île, una pequeña isla francesa situada en la costa de Bretaña. Ya tenía su baza para canjear y recuperar Menorca.

Ahora, pasados 250 años, se unirán sus dos poblaciones en un previsto doble intercambio. Servirá para conocernos, para reflexionar sobre aquellas guerras que sufrieron nuestros antepasados, en las que no tuvieron ni arte ni parte.

No deja de ser un trozo más del mosaico de nuestra entrañable –aunque compleja– historia común europea.