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Es curioso esto del cambio de hora. Ahora ha tocado adelantar los relojes 60 minutos. Personalmente no acabo de entender esta medida, así que lo vivo con bastante indiferencia. Me explico. Vayamos en primer lugar al tema práctico: Hemos dormido una hora menos. Yo creo que esto se soluciona con no hacer caso al despertador. No olvidemos que era domingo y que podíamos regalarnos un rato más en la cama. Y si teníamos que trabajar, con irse una hora antes a dormir... Luego está lo de si se alarga o acorta el día. ¿Y? Si no tienes luz por la mañana la disfrutas por la tarde y viceversa. En cuanto a los efectos sobre la salud, y sin intentar cuestionar los numerosos estudios realizados, cabe recordar que una alteración meteorológica, el pasar a otra estación o una modificación del turno laboral, por ejemplo, también afectan al cuerpo. Así que lo de esta especie de mini jet lag se tiene que poner a la cola. Finalmente, lo del ahorro económico no lo acabo de ver. Lo siento.

Ahora, subamos un peldaño y situémonos en el piso de la ciencia y filosofía. Si partimos de la base de que el tiempo es relativo a qué viene tanto revuelo. Qué son 60 minutos o 3.600 segundos. Palabra de Einstein: "Cuando cortejas a una bella muchacha, una hora parece un segundo. Pero te sientas sobre carbón al rojo vivo, un segundo parecerá una hora. Eso es relatividad". Salvando las distancias, y pasando a un terreno más callejero, así lo entendía igualmente Juan Gómez "Juanito", cuando soltó aquello de que "90 minuti in el Bernabeu son molto longo".

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Por cierto, mientras escribía esta columna me pilló el paso de las 2 a las 3 de la madrugada. ¿Sufrí? No, solo que me acosté más tarde.

Dicho todo lo anterior, confieso que intento huir de la tiranía de vivir al ritmo del tic-tac. Por ello, como Aute, exclamo: ¡ay quién pudiera matar los relojes!