Acabamos de recibir la funesta noticia del déficit del Estado respecto a la renta nacional, por encima de lo esperado y prometido por la Presidencia del Gobierno. El porcentaje no sorprende, ya que hasta un estudiante de primero de Bachillerato sabe que, si la caída del numerador conlleva el descenso también del denominador, el cociente o ratio de ambos apenas varía. Era previsible que el recorte indiscriminado de los gastos públicos causaría la caída de la renta nacional, dato también lamentablemente constatado y que había sido pronosticado. El resultado es que los recortes múltiples además del gravísimo malestar social ocasionado no han servido para nada, llevando la economía a peor sin desmayo, ante la dispersión de centros de poder decisivo, navegando entre la ignorancia y la malicia. No saben ni contestan. Hace unos días comentaba en este mismo periódico la necesidad de orientar la política económica de España conforme criterios claros emanados de la Teoría General de John Maynard Keynes. Hoy continúo en este empeño a propósito de la política de déficit público.
Se critica a Keynes su defensa del déficit presupuestario, que prioriza a situaciones de desempleo. A ello respondemos que nunca se ha descartado entre los keynesianos la eficacia de los planes de estabilización a corto plazo, otra cosa son las prácticas indefinidas de los actuales gobernantes europeos que otorgan un valor neutral al dinero y que conducen al estancamiento, a la depresión y al paro estructural, tratando de evitar el déficit presupuestario, y que son completamente contrarias al paradigma keynesiano de incrementar el empleo. Las inversiones son tales cuando producen bienes competitivos fruto de la productividad. Esto es válido tanto para inversiones privadas como para inversiones públicas. Las inversiones en la producción de bienes, como sabemos, no crean déficit, lo normal es que crezca la renta y la ocupación.
Otra cosa son los gastos públicos en cubrir servicios sociales que tienen una naturaleza subsidiaria, que tienen el objetivo como un valor humano en sí mismo y no crematístico, que lógicamente han de responder a criterios de racional administración y asignación de recursos obtenidos de los ingresos y rentas públicas. En coyunturas determinadas el déficit es justificable como alternativa a graves perjuicios sociales, aunque surjan costos a medio y largo plazo; no obstante, esto costos a largo plazo son evitables como fruto potencial de las políticas keynesianas de crecimiento a corto plazo.
Se critica al keynesianismo la generación de Deuda pública y a ello respondemos que la Deuda pública de los Estados es normalmente deuda de instituciones privadas, no de particulares, sí de instituciones financieras que se convierte en Deuda que se imputa por los gobiernos irresponsables a todos los ciudadanos, con objeto de resolver la quiebra a grupos de interés y de presión social que han fracasado en el mundo empresarial de los negocios normalmente financieros, no industriales, en lugar de dejarles caer como defiende la economía del Laissez Faire, del individualismo metodológico, de la teoría del mercado de la competencia perfecta.
Todo lo visto es una patraña de intereses de minorías poderosas y codiciosas a costa de la gran mayoría de clases medias e indirectamente de las grandes bolsas de pobreza existentes en las sociedades contemporáneas también del mundo occidental. Esta errática política genera el gran incremento de la Deuda pública cuyo origen se quiere imputar inmoralmente a todos los ciudadanos de modo penitente. Son muchos los ejemplos recientes en el mundo occidental de este proceso crematístico.
Para abundar en esta respuesta a favor de Keynes quiero recordar que el economista de Cambridge normalmente se refirió a las inversiones públicas industriales y a empresarios creadores de riqueza, es decir de renta, no a comisionistas, ni a financieros ni a especuladores, que todos ellos quedan fuera del análisis keynesiano y que todos ellos han aflorado con el nuevo marco económico internacional impulsado por el Laissez Faire y un capitalismo salvaje sin límites, que llamando a la responsabilidad individual de los demás practica verdaderos desafueros económicos, financieros y jurídicos en el mundo de la globalización, cuya filosofía ha logrado implantar en el mundo, en los últimos decenios de descontrol; y eso sí, echando siempre la culpa a Keynes de todo ello.
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