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En estos días, Quica , Prexèdies y yo hemos charlado durante horas. Ellas me han recordado cosas que yo hacía tiempo no tenía presentes. Vivencias infantiles que los mayores llamaban cuaresma, y en la catequesis se nos recordaba que de portarnos bien el domingo anterior al de Ramos, según el comportamiento, se nos entregaría un caramel·lo llarg.

La señorita Teresita Pons, la que fue mi primera catequista, a la que quise tanto y ella a mí, nos iría preguntando y de contestar sus preguntas correctamente, el caramelo sería más o menos largo.

Muchos años después, supe de donde provenían. Lo de la "anyada caramelera" era un bulo. No podía ser de otra manera, los hacía Mateo Martínez, es galatero, de la calle de Santa Cecilia, por encargo de la señorita Teresita Añeces que vivía en la calle de San Juan. Mujer encantadora, toda bondad, vivía para hacer el bien a todos. Había perdido a su madre al nacer, fue criada por su tía y su padre, era dulce y admirable, quién sabe si se la hubiera tenido que llevar a los altares. Y miren por donde, todo ello semejante a mi primera catequista, mi otra Teresita. Casualidades de la vida. Si a ellas añado a mi querida mamá Teresa, podría decir lo del refrán: No hay dos sin tres.

Las alumnas del colegio de las Carmelitas, de las que tanto he ido hablando a lo largo de mi tiempo de colaboradora, el Miércoles de Ceniza, en hilera de a dos, junto con algunas religiosas, nos acompañaban a nuestra parroquia, la del Carmen, donde se nos ponía en lo alto de la cabeza la cruz de ceniza. Aquel miércoles desayunábamos diferente, se respetaba el inicio de la cuaresma y tal cual sucedería todos los viernes.

En el recuerdo infantil, mi parroquia, de por sí siempre tan oscura y misteriosa, se oscurecía mucho más. Las imágenes de las capillas laterales, se encontraban cubiertas con telas de color morado, que se mantendrían hasta el sábado de gloria.

Colas en los confesionarios, al finalizar la confesión se entrega sa papeleta acreditativa de haber cumplido con la Santa Madre Iglesia acudiendo a la confesión cuaresmal, por lo menos una vez al año. Es curioso, aquel precepto era tenido en cuenta por muchos que durante los doce meses no se acercaban para nada al templo. Se confesaban, eran perdonados y así año tras año.

La cultura dominguera de los mahoneses, amén de acudir a misa, al cine y pasear por las calles principales, sumaba el ir de tapeo, a comprar es born de dulses, los hombres acudían al fútbol, mientras las mujeres aprovechaban "fent sa volta" visitando todos los escaparates de la ciudad.

No me extrañará si se me dice que soy repetitiva, lo soy, què hem de fer. Me encanta sumergirme en aquellas cristalinas aguas de nuestro puerto, mientras me zambullo, cierro los ojos y nado en sus profundidades, mientras mi pensamiento, libre de todo perjuicio, nada de aquí para allá. En esta ocasión me encuentro en el carretón tirado por "en Blancu", de camino a mi Mahón, en que cada vez es más difícil encontrar un lugar seguro, pero no pierdo la esperanza de poderlo dejarlo a cases cosines.

Me pasearé por sus calles, parándome a contemplar los escaparates, me encanta. No debemos olvidar la cantidad de comercios de todas clases que se encontraban. Si nuestros mayores regresaran de ultratumba, se nos morían en el acto. Hoy quedan muy pocos, los pocos que quedan malviven y se te encoge el alma al paso y leer uno tras otro: "Cerrado, por traspasar"; observando que el local se encuentra vacío, sucio, dando una mala imagen de cómo anda el tema ventas.

Por favor, se agradecerá no se culpe a Franco, mientras el estuvo de dictador la cosa funcionaba y si no que me digan quien de ustedes a día de hoy puede tener ahorrada una casa y construirse poc a poc sa caseta a sa vorera, sin ser devorado por los desorbitados intereses de las cajas, las mismas que de vez en cuando se rasgan sus vestiduras, intentando mostrarnos su caridad, entregando comida a los necesitados ¿?.

Dejo el tema aparcado y me dispongo a mi propósito inicial. Escaparates.

Me encuentro en la calle del Castillo, esquina con la del Comercio. Casa Fortuny, su propietario el señor José y su esposa, atendían a su clientela. Ropa interior, jerseys de punto para caballero y señora. Según se entraba a la izquierda varios estantes dedicados a la sección perfumería a granel y algo de mercería.

Los fines de semana exponían las novedades. Aquel matrimonio tan entrañable fue pionero en el 'pret a porter' con sus desfiles de modelos en el Club Marítimo de Mahón. Como si fuera hoy contemplo a muchachas desfilando como si lo hubieran hecho toda la vida. Una de ellas, Nini, que más tarde se casaría con Berto, hijo de los propietarios. Siempre muy guapa, muy bien conjuntada, con mucho estilo.

En Sa Ravaleta, la casa Terrés. No me refiero al Terrés que muchos han conocido al lado de la Casa de las Medias, donde ahora se encuentra la zapatería Pons Quintana; al que yo me refiero es el que estaba en el actual Mango. La tienda más grande, más bonita y bien puesta de la ciudad. El edificio de por sí ya era y es hermoso, antigua casa Pasarius, que nació en la actual farmacia Félix. Disponía de largos taulells con las correspondientes sillas para mayor comodidad de las clientas.

En la calle Nueva, El Barato. Nuestros mayores recordaban que en los años veinte y treinta del pasado siglo fue un comercio muy novedoso, donde se vendieron los primeros trajes confeccionados. En los cincuenta ya había ido a menos, pero s'aguantaven. Le seguía Luis Casals y su venta de telas, su esposa, Angelita, disponía de un mostrador precioso, siempre con tan buen gusto. Llegaba la sastrería del señor Manolo Obrador, donde se montan los pesebres. Amén de sastrería despachaba jerseys, cuellos blancos para niños y niñas, de persiglás, calcetines, corbatas, etc. .En el interior se encontraba el taller de sastrería donde tallava i cosia.

En frente, casa Lado, pero hoy no entraré, tan solo pretendo dedicarme a tiendas de ropa, continuaba casa Sebastià, e íbamos subiendo hacia la cuesta de la plaza. Uno de los establecimientos de más categoría de nuestra ciudad era Marisa, esquina de plaza Colón con la calle de Hannnover, con escaparates modernistas, tal cual hoy, con un buen gusto excepcional. Exponía preciosidades, las consabidas mantillas de todos los tamaños, calidades y precios, peinetas, guantes y cuanto se precisaba para vestirse el Jueves Santo.

Las de mi quinta no hemos olvidado haber observado los vestidos de primera comunión, coronas, velos, todo para lucir aquel día. Frente a aquellos mostradores de Marisa jamás faltaban aquellas niñas, hoy "s'avies", soñando con el vestido blanco de seda o organza, largo hasta los pies.

Reanudada la marcha se iba subiendo la cuesta dejando la mercería de la familia Mir, mientras se olía el suave aroma des cubellets de la señora Delfa (hoy Pou Nou). Girábamos sin pérdida de tiempo la calle del Bastión, otro gran comercio nos esperaba, la señora Alejandra, que junto con Marisa eran la 'creme de la creme' de la moda mahonesa. Su tienda muy bien puesta, moderna, con amplios escaparates, siempre a la última, mujer muy luchadora con una gran visión puesta en el mundo de la moda, muy viajera en busca de las últimas novedades, recuerdo haber escuchado. "N'Alejandra, ha tornat de Barcelona carregada". En aquel local se entraba para la tela de un abrigo y salías con el forro, la entretela, boatas para "ses espatletes, hilos, botones y cuanto se necesitaba para su confección.

Las modistas trabajaban afanosamente, unas haciendo vestidos nuevos, otras arreglando el de otras temporadas, o apañando el que le dejaba algún familiar, para poder asistir al oficio del jueves santo. Las mujeres ataviadas de negro, tocadas de peineta y hermosas mantillas, medias de cristal a tono, misterio, zapatos negros corte salón de tacón alto. Las observo con mis ojos de niña, ansiosa de volverme mayor y poder vestir tal cual.

Finalizó el papel y me queda tanto por decir que, con permiso de mi director, volveré.
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margarita.caules@gmail.com