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Con la economía española en zona volcánica, el caso Bárcenas debería producir un maremoto social de consecuencias imprevisibles. Pero como ese fenómeno extraordinario de corrupción todavía no desplaza verticalmente la gran masa de indignación popular, solo genera un huracán político, no un tsunami. Aunque las olas de protesta puedan ser extraordinariamente potentes y penetren tierra adentro de las instituciones, como no son provocadas por erupciones abisales, los embates solo erosionarán los pilares del sistema. Cada día que pasa avanza la marea de escándalos económicos públicos y privados, pero aunque los sismógrafos mediáticos los registren, la fuerza del viento amaina con el tiempo y solo produce cambios superficiales. ¿Son éstos suficientes?

Con la creencia mayoritaria de que la corrupción política está generalizada - un 82 % de gallegos así lo afirma- ¿es posible regenerar la democracia? Si se intenta sustituir el Principio de Legalidad, que preside nuestro Derecho, por el de Oportunidad, que persigue a los infractores de la ley solo si compensa o interesa, qué se puede esperar distinto si los actores son los mismos. Nuestros políticos todavía se aferran al viejo gatopardismo de cambiar algo para que todo sea igual.

Varios fueron los caminos recorridos por los españoles para llegar a esta encrucijada: crisis económica, política, social e institucional. La vía principal y más transitada en todos sus ramales ha sido la construcción. Es de suponer, en consecuencia, que los años de esta práctica han reportado enseñanzas. Si así fue, apliquémoslas.

La sociedad edificada en nuestro (¿?) terreno patrio, ubicado en la Unión Europea, al sur, adolece de visibles defectos. Si los presidentes, antes y ahora, reconocieron su falta de capacidad para decidir cómo repartir el presupuesto, en cimientos, fachada o pagar deudas, significa lisa y llanamente falta de autonomía y que los recursos no alcanzan. Ante la evidente escasez, se prioriza la necesidad más urgente: cumplir los compromisos con la troika (BCE, el FMI y la Comisión Europea). ¿Estaremos hipotecados y con riesgo de ejecución? Después vienen los gastos declarados y los en b, c, d, e… de entre casa: reparto a las Comunidades y sueldos y extras a políticos, gestores, afines y derivados ….
Difícil será que los jefes de Gobierno admitan su mala gestión. Que discutan entre ellos sobre los grados de irresponsabilidad por el deteriorado estado de bienestar, no soluciona el peligro de derrumbe. También los que ejercen el poder en líneas secundarias son imputables en menor grado, por silencio, inacción o falta de propuestas. En el solar ibérico, las cuatro paredes maestras, trabajo, educación, sanidad y vivienda, que cobijan a la mayoría, comienzan a agrietarse.

¿Quién declara un sistema político en ruinas? ¿Sus artífices? Si hay protocolo a seguir, a los peritos de partes ¿no se les empañará de interés el cristal de mira? Que el vicio de construcción sea estructural o, simplemente, problemas de superficie, marca la diferencia entre perder vidas, tiempo y dinero o cimentar otro futuro no solo a prueba de tormentas y tifones, sino de seismos. Ante diagnósticos tan opuestos cabría recurrir a las enseñanzas de la Historia. Pero como ésta solo la escriben los que ganan y, generalmente no visten con borceguíes, casco y guantes de la construcción, no se les vendrá el techo encima tratando de apuntalar las vigas oxidadas. Tampoco surgen nuevos ingenieros, arquitectos o políticos de la noche a la mañana.

¿Qué se hace cuando hay, por ejemplo, un terremoto devastador? Tanto en Lorca como en Haití, sacar de los escombros a las víctimas para proporcionar los primeros auxilios en el lugar que haya, o se improvise, y derivar los casos graves a centros hospitalarios. Luego, los edificios más dañados se declaran en ruinas y se prohíbe la entrada en ellos. A nadie se le ocurre parchear algo que indefectiblemente se viene a pique y, ante la duda, el pellejo en juego. De las condiciones socioeconómicas y políticas de cada país dependerá que el tiempo de reconstrucción, o cambio de sistema, se eternice o tenga un plazo racional. Mientras tanto unos esperarán en campamentos improvisados con precarias tiendas de campaña y otros en albergues municipales o prefabricadas viviendas sociales en carácter transitorio.

Si la crisis es terminal habría que actuar en consecuencia. En situaciones extremas se lucha, no a la desesperada, sino a ganar. Se trata de vivir y, además, bien.
El repentino viento huracanado arrastra discusiones, ERE que te ERE, Gürtel, Gürtel, con trasfondo Nóos, y no dejan oír propuestas convincentes. ¿Las hay? Sin duda, aunque políticos e intelectuales piensen más en conservar el mundo que en cambiarlo.
Desde la declarada muerte de las ideologías, desaparecieron los textos clásicos de sociología y tampoco se divulgan obras que, con sentido crítico y dialéctico, expliquen científicamente los modernos acontecimientos sociales. ¿Cómo los prodigiosos adelantos tecnológicos no tienen un correlato progresista en la organización de la sociedad que los genera?

Algunos dicen que las opciones ya no pasan por derechas o izquierdas sino por lo viejo o lo nuevo. Quizá tengan razón. Pero las declaraciones del super multimillonario Warren Buffet: "Durante los últimos 20 años ha habido una guerra de clases y mi clase ha vencido", siembran la duda. Inventemos algo y reactualicemos lo que pueda servir. Sino es posible, la energía cinética del oleaje de protesta quizás se convierta en potencial. Si así fuese, lo pasaríamos peor: habría un tsunami.