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Si hemos de hacer caso a mi amigo y sin embargo vecino Pedro J. Bosch, el hecho de verter en este espacio comentarios más o menos semanales, me proporcionaría -como a cualquier otro columnista, articulista o pataleante criatura (mi caso, me temo)- un cumulo indeterminado de enemigos que imagino proporcional al número de lectores que, no teniendo previamente adquirida una animadversión hacia mi persona, se sientan motivados a despreciarme de nuevo cuño al encontrar mis opiniones ridículas, tendenciosas, indocumentadas, mendaces, churriguerescas o anodinas.

Pues bien, a fin de eludir el incremento innecesario del marcador desfavorable, me propongo pronunciarme esta vez en verso alejandrino, sabedor de que el formato limitará mi exposición a nuevos enemigos potenciales, toda vez que la lírica cuenta con escasos adeptos.

No sé cómo explicarles, queridos diputados / que somos menos tontos de lo que ustedes creen, / que vemos sus plumeros, por mucho que coreen. / Destruyen esperanzas; estamos cabreados / con todas sus pirulas. (No siempre salen bien) / No sé cómo decirles que ya no nos tragamos / que "no imaginen cómo", que "no conozcan quién". / Estamos de tramposos hasta la coronilla: / en cuanto te descuidas se zampan la tortilla, / se chupan los deditos y salen al balcón, / prometen que investigan quien masticó el bocado, / prometen que ahora buscan al tipo que ha robado; / se parten de la risa y ocultan al mamón.

Lamentablemente, mi estado de sintonía con las musas se desmoronó simultáneamente a la aparición de Cospedal resucitando teorías conspirativas. Después, el discurso de Rajoy prometiendo que nos mostrará sus cuentas blancas para demostrar que en ellas no hay dinero negro, acabó de guillotinar mis ambiciones poéticas.

Me temo pues que he de continuar en prosa mis reflexiones, tendentes en esta ocasión a realizar un análisis sintáctico de la bella oración tan pronunciada por el grueso del pelotón de la res pública: "No todos los políticos son corruptos". Mi dictamen es que la construcción de la frase es correcta, incluso de que encierra cierta verosimilitud, pero:

Sería bueno que aquellos que se consideran y proclaman honrados y con principios, sea cual sea su puesto en el escalafón, demuestren su integridad moral negándose a seguir el juego de sus partidos cuando sus jefes de filas distribuyan la consigna de ocultar graves irregularidades, de negar evidencias, cuando vean que su partido beneficia por puro interés a colectivos poderosos a sabiendas de que perjudica a otros más débiles, cuando concedan un indulto inequívocamente injusto o cuando vean que sus líderes aceptan con naturalidad que los culpables del desastre que vivimos sean premiados con puestos excelentemente remunerados (todas estas circunstancias se han producido en los dos partidos alternativamente gobernantes). Ya sabemos que quien se mueve no sale en la foto (gracias a las listas cerradas), pero eso no avala la honestidad de un político que para salir en la foto paga el precio de callar ante la injusticia o el engaño.

Los ciudadanos de a pié no tenemos muchos mecanismos pacíficos para detener el atropello (toda vez que ejercer el derecho de voto no parece acarrear prestaciones en el campo de la lucha contra la corrupción) necesitamos que los políticos honrados (y los jueces honrados) se pongan decididamente de parte de la verdad, sean del partido que sean y caigan chuzos o no contra la formación en la que militan o con la cual simpatizan. Cualquier otra fórmula como remitirse al "y tú más", o como acusar de insolidaria a una parlamentaria por exigir transparencia a su partido, ponen en entredicho su voluntad de justicia. Un político honesto no puede permanecer en un barrizal sin intentar pasar la manguera, ya que a diferencia del resto de los mortales les mueve al parecer un afán de servicio a la sociedad; pues bien, el mejor servicio que nos pueden hacer ahora es desmontar de sus caballos a los desmadrados jinetes que nos tienen hasta el gorro con sus sablazos, su ruido, su polvo y su puñetera insolencia.

Yo mismo, que ni tengo vocación de servicio ni pasaría la prueba del algodón de la honradez sin dejar alguna mácula, me avergonzaría si debiera callar sumisamente mientras mi clan me obliga a comulgar con ruedas de molino.