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Entre la resaca de las fiestas navideñas, las 'torrades' de Sant Antoni, y la empinada cuesta de enero se publica una noticia que no debería dejarnos indiferentes sino movernos a la reflexión y a la acción. Resulta estremecedor pensar que casi 700 familias (1.550 usuarios) tuvieran que recurrir el año pasado a la ayuda de Caritas para poder comer, y que esas personas estén entre nosotros. Que muchas revuelvan en contenedores antes de recurrir a la caridad de sus conciudadanos, como en historias de posguerra que hemos oído contar a nuestros mayores, pone un nudo en el estómago y debería revolver las conciencias de nuestros gobernantes. Así de difíciles están las cosas, y poco lo podíamos esperar tan solo cuatro años atrás.

En poco tiempo, aunque la recesión parezca eterna, se ha pasado de la abundancia a una pobreza que nos parecía que nunca podría regresar. Ahora muchos tienen que salir a buscar fuera lo que aquí no encuentran, primera lección de humildad, cuando no hace tanto algunos rechazaban a quienes dejaban atrás su tierra con la esperanza de mejorar su situación aquí, en la nuestra.

La luz en las tinieblas, de la que hablaban los responsables de Caritas al dar a conocer las cifras, es el enorme flujo solidario que ha emergido para ayudar a esas familias. Hoy por ti, mañana por mí. Y por último, constatamos cada día que sin el entramado familiar, esa fuerte red de seguridad que frena el golpe del paro y de los desahucios, a falta de apoyos públicos y de subsidios, las protestas se convertirían en un estallido social.