A finales del siglo XIX, el filósofo Miguel de Unamuno (Bilbao, 1864 - Salamanca, 1936), uno de los principales exponentes de la generación del 98, fue autor de un cuento breve que tituló "Juan Manso". En esa corta narración, nos describe de forma cronológica la vida de un personaje de ficción que rinde sumisión a su apellido ( acaso con viso no tan irreal; como aquel "hombre gris" , con inequívoco significado de hombre de paz , que con su pluma perfilara José María Gironella), a la sombra de un doblegado y controvertido lema que por bondad e ingenuidad es también su sino : " No comprometerse con nada y arrimarse al sol que más calienta..."
El nudo del relato se revela tras la muerte del imaginado protagonista y su posterior viaje itinerante en busca del "lugar" que tengan a bien asignarle. El actor apócrifo, en su deambular -desde el paraíso al infierno, pasando por el purgatorio- , es sucesivamente rechazado, más por su acoplada inercia que quizás por su exhibida mansedumbre… Cuando decepcionado, y como alegato irrecusable, invoca la bienaventuranza que alberga a los mansos y su designada heredad, de inmediato le son reconocidos sus lamentos, aunque con una condicionada afirmación: "Sí… pero para los que embisten." En el epílogo de dicho relato novelado, se enuncian segundas oportunidades de la mano de dispuestos propósitos de enmienda (o de embate…), con un desenlace oportuno, feliz; como suele ocurrir en la mayoría de los cuentos...
De vuelta a la realidad del camino, con adoquines previstos y otros desconocidos, el pasado día de Reyes falleció en Es Mercadal un hombre pacífico, amante de su familia y de sus amigos. Antoni, que superó holgadamente su siglo de vida, como se certificó hace un par de meses en estas mismas páginas, era integrante de un círculo de sencillos e íntegros ciudadanos de quienes puede afirmarse que siempre trabajaron con ahínco y jamás ofendieron a nadie. En su funeral, una de sus nietas leyó -en nombre de los suyos, que éramos todos- unas conmovedoras palabras colmadas de cariño; creo que el mejor homenaje con el cual puede soñar una persona. Embargada por la emoción, que contagió a los presentes, habló su descendiente igualmente de reconocimiento, en un fundado y lírico gracias a la vida… (que nos ha dado tanto… ) por haber podido contar y compartir en tan generoso trayecto con ese singular ascendiente y asimismo por el legado de sabidurías recibidas, que no son pocas -enseñar a amar todo cuanto en la vida hay de digno- cuando brotan y se nutren de las capas más humildes de la sociedad.
Con esas palabras de amor -delicadas, sencillas palabras-, a modo de despedida y de recuerdo, acompañó una implícita "credencial" para que su abuelo (difícil de imaginarlo inactivo…) pudiera "labrar" (sin los apuros y dilemas del descrito personaje unamuniano) un "verde prado" en el cual poder seguir cultivando y cuidando con mimo sus frutos… y alcanzar así esa sensación -o relación viva en nuestra memoria- , que alimenta nuestra esperanza de que todo no puede concluir aquí…
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