Cuando Felipe González ganó las elecciones de 1982 y compareció ante las cámaras de la televisión le temblaba la voz. No se había recuperado del susto. Esa imagen siempre la he asociado a la de Robert Redford -salvando las diferencias físicas- en la película "El candidato", cuando después de ser elegido senador se pregunta "¿y ahora qué?". El derrumbe de la UCD propició la victoria socialista, sin embargo este partido despertó la ilusión de los más de diez millones de ciudadanos que le dieron su voto "por el cambio".
Esa sensación de que se vivían momentos importantes, de libertad y de democracia, ha quedado para la historia. Entonces, los valores importaban ahora solo interesan los que cotizan en la Bolsa. Hemos cambiado.Felipe González ha merecido un homenaje de su partido.
Una iniciativa contraproducente porque al final, en lugar de potenciar la imagen del PSOE, se le preguntaba al veterano líder si había alguna remota posibilidad de que vuelva, mientras Rubalcaba se mantenía en su línea de perfil bajo, en lo que se parece a Rajoy, aunque con resultados distintos.El deporte de moda es el tiro al político, la profesión (que lo es) más denostada por los ciudadanos. Creo que los políticos no son una especie distinta del resto de la sociedad. Tenemos lo que hemos elegido y, por tanto, lo que nos merecemos. Eso no quiere decir que no añore el espíritu de la democracia, cuando como periodista entrabas en el Ayuntamiento, pedías un expediente y a ver quién era el antidemócrata que se negaba a enseñarlo. Hoy eso es imposible. Aquí no se enseña un papel si no lo dice el juez o entra el fiscal por la ventana.
Me cuesta ver los efectos positivos de la crisis cuando hay tanto sufrimiento. Pero quizás, con permiso de los Mayas, anime el cambio, como en el 82.
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