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Qué bonito es tener a gente que se preocupa por uno. De un tiempo a esta parte, curiosamente desde que facilité mis datos a un par de empresas, no paro de recibir muestras del cariño desinteresado de mucha gente. Me envían correos electrónicos en los que, llamándome por mi nombre de pila, con absoluta confianza, me prestan dinero a buenas condiciones, me comunican que he sido merecedor de espectaculares premios, me proponen citas con desconocidos, incluso me plantean mejorar mi formación, me informan de insuperables ofertas, me proponen vestidos ideales, incluso métodos para adelgazar, así como mejorar, estos en inglés, partes de mi cuerpo que prefiero no mencionar en horario infantil. Son todos muy amables, tanto como aquella señora que a media modorra postcomida me invita a ahorrarme unos eurillos cambiándome de compañía telefónica. Que considerado por su parte emplear una hora habitual de recogimiento en casa, cuando uno igual aún está bregando para que los pequeños se coman las lentejas, para intentar mejorar mis cuentas. Y no se crea que lo hacen de compromiso, no, insisten para que no deje pasar la oportunidad de mejorar mi vida. Siento no poder corresponder a tanta amabilidad porque, yo, desagradecido y antipático vocacional, ni abro los correos antes de tirarlos a la papelera y a la del teléfono le cuelgo sin dejarle hablar. Eso sí, con un "adiós, buenas tardes". No merezco tanta generosidad.