"Si sientes el dolor de los demás como tu dolor, si la injusticia en el cuerpo del oprimido fuere la injusticia que hiere tu propia piel, si la lágrima que cae del rostro desesperado fuere la lágrima que también tú derramas, si el sueño de los desheredados de esta sociedad cruel y sin piedad fuere tu sueño de una tierra prometida, entonces serás un revolucionario, habrás vivido la solidaridad esencial".
Ernesto Che Guevara
Si a lo largo de la historia de la humanidad este valor ha sido esencial para crear nuestra sociedad, para avanzar como raza, para consolidar nuestra cultura…, en los momentos históricos que corremos es "el valor vital".
Es fácil creernos solidarios. Fácil pensar que con las aportaciones económicas que hacemos a entidades que trabajan por los más desfavorecidos o algunos euros que podemos depositar en los aún supervivientes "cepillos" de las iglesias o tener apadrinado algún niño allá por el país de nunca jamás o pasearnos por los mercadillos solidarios y llevarnos a casa esa mermelada concreta que ayuda a alguien en algún lugar ¡ya somos solidarios!
Y me hago a mi misma una reflexión y una crítica que comparto aquí públicamente. ¿Soy solidaria realmente por hacer todo esto? Sinceramente, creo que no.
La solidaridad debería ser acción, empatía activa, compromiso en un cuerpo a cuerpo, en una actitud constante entre el yo y el tú sin esperar nada a cambio. Bajo mi punto de vista solidaridad debería tener la medalla de plata para que generosidad tuviera la de oro.
Hablaba con una amiga que me decía que la generosidad es tan generosa que no es protagonista en los medios de comunicación. No es noticia, siendo, sin duda, la protagonista hoy en día de nuestro avance y de la solución de muchos de nuestros problemas cotidianos que no por ser constantes, y por ello comunes, son menos graves. Si no existiera esa solidaridad que corre por las venas de "la familia" la situación actual pasaría de grave a caótica.
¿Qué tal si a través de la generosidad buscamos la excelencia en lo cotidiano? No busquemos macro soluciones, ni miremos al cielo a ver si desde allí nos cae la respuesta. Busquemos en nosotros, incluyamos en la normalidad de lo cotidiano esa generosidad que da lugar a la solidaridad y que nos permite seguir adelante con un espíritu positivo.
Que nada ni nadie nos quite la alegría, que nada nos robe el futuro.
Apoyo incondicionalmente la propuesta que hizo Ángel Gabilondo este verano en la apertura de un simposium sobre educación y que pone el cimiento de la solidaridad, la generosidad y la empatía: "Hablemos bien de alguien al menos una vez al día". Si lo practicamos, con toda seguridad terminaremos teniendo la certeza de que ayudar al vecino, al amigo, al compañero, al desconocido, merece la pena, es gratificante y ¡además! es de justicia.
Ilustro con este dibujo que sorprendentemente he encontrado en internet. Ha presidido durante años el despacho menorquín de la gran maestra en solidaridad, la Hija de la Caridad Sor Enriqueta Garriga que junto a sus hermanas son un resquicio de humanidad solidaria con mayúsculas.
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