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Calzado minimalista por antonomasia, que en nada supera a una suela y una tira. Triunfo de lo simple, recurso playero que une a todas las clases sociales y separa al dedo gordo de sus compañeros. Incluso convence a los de las bermudas y la camisa manga larga azul. Poco recomendable para correr los cien metros o para la moda de patearse el Camí de Cavalls. Tortura para el turista que acude a unas fiestas patronales sin información previa. Fresquísimas, idóneas para largas comilonas, en las que uno se quiere calzar y descalzar a demanda. Desde un par de euros a lo más chic. En los últimos tiempos ha ganado espacio a su hermana mayor, la chancla, que cubre el empeine y tiene menos margen de sofisticación, o sea. Por su parte, la menorquina abarca ofrece mayor sujeción y durabilidad. Calzado local por tradición, permite un uso menos estacional, se adapta a más situaciones y tiene más esperanza de vida. Los industriales piden al Govern que les mantenga conectado el dispensador oxígeno para seguir fabricando abarcas (y otras cosas) y Aguiló les responde que él no fabrica billetes, que está tieso. Dar a unos (empresarios) y negar a otros (a patadas) siempre será un agravio, pero en este caso la inacción conlleva el riesgo de que se rompan las abarcas y tengamos que vivir siempre con la chancleta turística, que gusta y se mima pero solo da para dos meses. Y si se rompe la tira, nos quedamos descalzos. Elegir zapatos nunca fue fácil.