Dicen que los incentivos funcionan; que si se paga una excesiva indemnización, los empresarios no contratan, y los trabajadores no se cambian de trabajo; se quedan paralizados en su puesto como un conejo deslumbrado por las largas. Dicen que si el usuario no paga algo por los servicios que recibe del Estado, usa y abusa de los mismos. Que el todo gratis lleva al despilfarro, y el despilfarro a la ruina del sistema. Y ya empiezan a decir que el subsidio de paro hace que la gente no busque trabajo; se habitúe a vivir de la sopa boba. Que lo mejor sería cortarlo, reducirlo, condicionarlo. Dicen que los incentivos funcionan, y que por tanto, hay que recortar los incentivos hasta que nuestro Estado de bienestar funcione de nuevo. Menos incentivos para un mayor bienestar.
Y digo yo, pobre ignorante, perdonar los impuestos al defraudador, ¿no podría suponer un mal incentivo? ¿No es algo así como decir tú no pagues, que ya vendrá otra crisis, y tendrán que volver a hacer una amnistía? Ahora que nos enteramos de que el aeropuerto fantasma, los trenes a ninguna parte, las sociedades estatales de dudoso propósito y mucha nómina, ...no eran gratis. No las abonaba Europa en su infinita generosidad; venían con una factura por pagar en la que estaban escritos nuestros nombres y, ay, los de nuestros hijos y nietos. Ahora que descubrimos que nuestras cajas de ahorro han lastrado nuestras finanzas a cambio de las migajas de su obra social. Ahora nos enteramos también de que no todos vamos a estar ahí, en función de nuestros recursos, para paga la cuenta que se debe. Que habrá muchos, los de siempre, que sólo tendrán que sacar alguno de los billetes de quinientos euros que les asoman por el bolsillo pueden liquidar sus obligación. Y eso los que se dignen a hacerlo; los que decidan aprovechar ésta, la última, la definitiva e irrepetible oportunidad de ponerse al día con el Estado.
Y digo yo, ¿no es este quizás el momento de, antes de perdonar las deudas, asegurar que se pone fin a esta impunidad? Vosotros expertos, que miráis con veneración a otros mercados más eficientes donde sí han entendido bien los incentivos, y uno, sea quien sea, se va derechito a la cárcel si no cumple con sus obligaciones. ¿Cuándo mejor que ahora para poner nuestra legislación en línea con la de nuestros admirados referentes? Dirán los pragmáticos que ahora lo importante es reducir el déficit que nos acogota; que ya habrá tiempo para arreglar el problema de fondo más adelante. Son los mismos que dicen que no se puede dejar de aprovechar una buena crisis para hacer los cambios que son necesarios. Pues yo les digo: señores; menos inspecciones sorpresa, menos redadas a la luz de la luna y sumarios eternos que acaban en sobreseimiento por prescripción. Creo que los españoles estamos ahora preparados para ver pasar a un defraudador un buen rato a la sombra.
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