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La imagen de un conseller blandiendo un documento en un pleno cual escudo protector ante las andanadas de la oposición, la remisión de un correo con los expedientes que apuntalan una denuncia o la elaboración de detallados cuadros para sostener la réplica son tendencia en el otoño recién estrenado. No acaba de quedar muy claro quién es quién en esto del gobierno (o desgobierno, según se mire) de la cosa pública en un momento de apretura como el que vivimos. Los hachazos entre gobierno y oposición son consustanciales a la vida política pero solo el pavor que da asomarse al abismo de lo insostenible explica la crudeza con la que se están produciendo desde que el cambio de color se enseñoreó de las instituciones. Por supuesto, sacar los papeles, llegado el caso, es mejor que perderlos. Y, últimamente, se están perdiendo mucho los papeles. Los problemas que nos acucian no vienen de un día, son fruto de un orden político y administrativo que se ha perpetuado desde siglas divergentes. Si políticos de diferente signo, año tras año, han conseguido que llegásemos a esta situación juntos han de conseguir que la superemos. La responsabilidad es compartida. La acción de gobierno ha de ser decidida y la oposición rigurosa, pero de ahí a estar tirándose los trastos a la cabeza continuamente y acusándose de cosas que, en mayor o menor medida, todos han hecho, va un trecho. Bastante improductivo, por cierto.