Tal cual rezaba el telegrama recibido por una de las mejores modistas con que ha contado la ciudad de Mahón y de Menorca entera. Ella, la conocida como Na Guida de Lo, iba a toda máquina, precisamente el trucutruc, trucutruc, del pedaleo de aquellas Singer.
Frente el Teatro Principal. En es porxo de davant i de darrera más de cinco ruedas de modistillas al mando de su maestra en cada una de las mismas iban cosiendo silenciosamente afanadas en sus quehaceres. Tan solo hablaban chismorreando y otras veces llegaban a canturrear por lo bajini, cuando la señora Margarita desaparecía del mapa, para ello era menester que la pequeña del grupo, estuviera al tanto de la subida por la escalera de la maestra. Hace muchos años que una amiga de mi madre que trabajó en aquella casa, me explicó que uno de los ladrillos del segundo o tercer escalón estaba roto, lo que hacía que al pisarlo produjera un guisco. Escuchándose, moros…acto seguido el silencio era sepulcral.
En la primera rueda se pasaba el consabido punt de xampla, otras hilvanaban, poniendo a punto las prendas que pasarían a la primera prueba. Siempre dirigidas por la maestra del grupo. Chicas cuidad de no cortar la tela al hacerlo a los puntos, me refiero a los de xampla que eran las guías por donde se hilvanaba.
En el primer piso, lo que vendría a ser la sala, la señora Margarita, siempre respaldada por su buen gusto, había dispuesto en el centro una enorme y decorativa alfombra, como se dice ahora, de pura lana. A mano derecha un armario ropero con un espejo limpio y reluciente, mientras a la izquierda otro hacía el juego de poderse contemplar davant i darrera. En torno al salón, amplios y cómodos canapés con sus respectivas butacas y sillerías a juego hechas con maderas de moguin americano labradas por el buril del señor Mir uno de los mejores maestros artesanos del llamado mueble colonial inglés.
Realizada la primera prueba, pasaba a manos de la segunda mesa y así sucesivamente hasta finalizar el trabajo que la joven del porche, una niña de apenas doce años, repartía a las clientas una vez finalizados los trabajos.
De vivir fuera de esta ciudad, se encargaban los llamados recaders de los coches de punt. Eran fechas puntuales, las festividades de los diferentes cuerpos militares. El 12 de octubre, la Virgen del Pilar, festividad de la Raza, patrona de la Guardia Civil y Correos. A los tres días, Santa Teresa, de Intendencia. Santa Bárbara, de Artillería el 4 de diciembre y el 8 del mismo mes la Inmaculada Concepción, de Infantería. Llegado el 16 de julio con la Virgen del Carmen, celebrándolo por todo lo alto los marinos.
A lo largo del año, había muchas más, Sant Joan, San Pedro, bodas, bautizos, comuniones, Navidad, Semana Santa… trabajo no faltaba, todo lo contrario.
Mas en aquella ocasión, la angustia y desasosiego de no recibir noticias, supuso la alarma a una distinguida dama de mucho copete y abolengo "des Cap de Ponent", sulfurada al contemplar el calendario, observando con estupor que los días pasaban y se acercaba el 24 de junio y con él, el momento de ir al Borne, a nes Pla, a sa beguda des caixer senyor y sus hijas no disponían de vestido adecuado para acudir a los actos. Sin pensarlo ni un minuto, se dirigió a la oficina de Telégrafos redactando el consabido telegrama, que al leerlo los empleados de Mahón, van fer sa xalada, todo el pueblo lo comentó, no había para menos, dada la redacción, era sucosa més no poder.
Pero había muchos más que se daban prisa por afanar sus últimos pedidos. Los zapateros de banqueta, los auténticos artesanos, finalizaban sus últimos toques. Y los bisuteros también. Vistosas gargantillas con sus pendientes, pulsera y anillo a juego deslumbrarían en la pista de baile del casino 17 de Enero y la del Borne.
Trabajo no faltaba, si bien he citado a la que pudo ser la Cristian Dior. Hubo muchas que nada tuvieron que envidiar, otras modistas no tan famosas y las que iban por las casas y que tantas veces cité. La cuestión era… estrenar por San Juan.
Mis queridas lectoras, estarán de acuerdo con esta servidora, que no todas podían hacerlo, hubo quien se conformó semanas anteriores deshaciendo punto por punto el vestido de su hermana mayor, o el de su madre que ya no volvería a ponerse por mor de haber engordado, o el de una pariente y tras lavarlo cuidadosamente y planchado con mimo cuidando no quedaran viejos pespuntes que fueran a delatar anteriores cosidos, se convertiría para ellas com a nou de trinca. Por supuesto que la gente se conformaba con muy poco, lección que deberían aprender los jóvenes de esta era.
Las gentes del campo contemplaban el cielo esperando la luna menguante, la mejor para coger y trillar las habas, los garbanzos y cuantas legumbres se encontraran secas, a la vez que "ses madones" aprovechando los parterres hacían la siembra de las clavelinas que irían creciendo junto a las de antaño, dejando su perfume embriagador a la puesta del sol, respaldadas por los aromáticos diegos de noche y alguna enredadera de jazmín.
Las del pueblo se afanaban encalando el interior y exterior de su vivienda, todo olía a cal, a limpio, aceite de lli que ayudaba a que la vía del suelo quedara reluciente, cortinas, cobertores todo a punto con su toque de almidón. Los cristales tras pasarlos con vinagre no dejaban ni lustre ni ballumes. Casi siempre lo último era el patio y la calle, con su cal, su omangre tan usado en la ciudad que me ocupa la presente.
En esta ocasión, me place publicar una fotografía que rescaté del álbum familiar de mi querida prima Juanita Pons Ametller, donde se la ve subida en lo alto de una escalera limpiando la ventana de la casa número 29 de la calle República Argentina, esquina con Gustavo Mª. Mas, mientras su madre, mi tía mayor por línea materna, Margarita Ametller Pons casada con Antoni Soliveras, propietarios de una tienda de comestibles conocida con el apodo de mi tío, se dispuso a posar para el fotógrafo de turno.
Algún día he de dedicar a sa tía Guida, un trabajo inédito. Mujer decidida, trabajadora y luchadora que ni tan siquiera le habrían hecho sombra ni la Agustina ni la Juana de Arco. Dedicada al comercio familiar, hacía matanzas sin precisar hombre alguno para ello, sabiendo dirigir cuanto lleva aquel complicado y laboriosos ritual, desde matar al cerdo. Muchos de mi edad la recordarán en la entrada del 17 de Enero, en su puesto de caramelos, chuches, serpentinas y confetis, amén de la limpieza del cine. Siempre apoyada y respaldada por sus hijas, Rafaela al cel sia y Juanita, sus yernos Jaime y Biel. Iba y venía con su bicicleta, una auténtica joya de mujer.
Otro homenaje a modo de fotografía deseo hacer publicando a mi tío Antonio Ametller Pons, l'amo de Son Tarí, que sin dudar desde la balconada celestial le agradará que contemplemos una imagen suya, en lo alto de su caballo, imagen preciosa del Sant Joan de 1944, último año que asistió a las fiestas más fiestas de todas las fiestas, como denomina mi admirado director Bosco Marquès. Fue la última vez, en memoria de su hermana que falleció tres meses después de aquel bonito Sant Joan de 1944, en que mi madre me hizo vibrar en sus entrañas al son del jaleo del Borne, sin poder imaginarse que jamás lo volveríamos a hacer unidas, tal vez es por ello que siempre sentí en mi ser una inusitada emoción al acudir a mi Ciutadella "de l'ànima".
Para ella y cuantos ciudadelanos nos contemplan desde la balconada celestial: ¡Viva Sant Joan !
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margarita.caules@gmail.com
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