Puerta de entrada del Trocadero (archivo M. Caules)

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Porque nací a la vera del Trocadero, porque jamás lo vi como en realidad debió ser para el resto de ciudadanos, lugar pecaminoso, encubridor de farras y alegrías como escribió Demare, pululado por mujeres que fumaban, pintaban sus largas uñas de rojo, sin importarles salir a la calle con batín y zapatillas "xuqui", sinónimo de dejadez. Para mí, siempre fueron buena gente y aún hoy con cierta frecuencia al implorar a mi Dios, recuerdo a Encarna, que desde la ventana que daba a mi calle, dejaba pasear su cinturón del batín donde ataba, un TBO, una gilda de casa Mateo o un alegra muchachos, para obsequiarme, haciéndome saltar y brincar hasta alcanzarlo.

También recuerdo en mis oraciones a Maruja, que tanto me quería. Casó con Xiscu Guardia, y lamentablemente, muy joven subió al cielo. Lo mismo hago con la señora Diana, madame de familia acomodada, se les arrebató todo teniendo que huir de Bélgica, su país.

Cierto, que infinidad de veces cité aquel lugar, pero jamás entré en detalles hoy si lo hago al estar convencida de que merece figurar en la hemeroteca, entre otras muchas cosas por haber sido parte de aquel Mahón, de otras formas, de otro pensar, cargado de prejuicios, viviendo la mayoría de familias cara a la galería, al que dirán, con prejuicios per carregar un velero . Tardé mucho en saber que allí se vivía el pecado y aún tarde mucho más, en enterarme de que no todo es oro lo que reluce y que gentes que hubieras subido en lo alto de un pedestal, sin trabajar en un cabaret són mala gent. Con estos pensamientos, hago punto y a parte intentando, rememorar.

Una noche más, escuché la música en medio de mis sueños. Oí las notas de aquella canción que cantaba José Guardiola: "Verde campiña, dormida al sol, verde esperanza, que fue de nuestro amor". Hacía poco alguien que jamás supe, me la había dedicado en el programa de Radio Menorca. Enrique Gámez con melodiosa voz anunció…para Margarita Caules, mientras se me caía el alma a los pies, y algo más, temerosa de que el mecánico no me echara una bronca de valga'm Déu. Él, con sus recelos y celos y rarezas de padre absorbente. Por ventura, la broma le cayó bien y nada sucedió. Lo que sí sucedía todos los días, era dormirme con las notas musicales de la orquesta del Trocadero. Voy a exponerme, temerosa de dejarme a alguno a la vez de arriesgarme de equivocarme, ha pasado tanto tiempo… Por lo que de antemano pido disculpas, a sus familiares. El maestro y pianista, señor Tudurí. Batería, un joven muy simpático que pertenecía a la banda militar, hijo de la zapatería de Casa Viñas de la cuesta de la Plaza. El señor López, limpiabotas que disponía de un local en la calle Nueva, entre casa Calafat y La Valenciana. Adrián, que trabajaba en Muebles Victory. Carretero que también pertenecía a la banda militar….

Todas las tardes se reunían para ensayar, por lo que escuchaba se trataba de grandes músicos, componiendo una orquesta de renombre. Una delicia para dormirse envuelta entre bellos sones. En verano dormíamos con las ventanas abiertas, dando la sensación que teníem una festa dins ca nostra. El invierno era diferente, porticones cerrados a cal y canto, con los botifarrons haciendo de amortiguadores en las cristaleras de guillotina, algo harían para que las notas musicales no atravesaran los umbrales. Como curiosidad, añadir que cuando los músicos pasaban por delante de mi casa, Gori solía decirles en tono burlón, voldria que un dia vos enviàssiu un instrument de buf .

Antes de continuar, es preciso escribir, que poco muy poco me benefició haber nacido tan cerca del cabaret. Más bien me discriminaron. Las madres de mis amiguitas de colegio no las dejaban venir a jugar a mi casa, algo que yo no comprendía, cuando se excusaban alegando que eran calles endemoniadas, en las que vivían mujeres malas.

Tardé muchos años en entenderlo. De mayor no me extrañó, precisamente alguno de los parroquianos de aquel lugar eran señores que todos tenían como tal por su linaje, por el puesto que ocupaban, por pertenecer a la alta sociedad como se denominaba a los que figuraban como gent ben estant, senyors de lloc, de negocis… Alguno de ellos, padres de mis compañeras de colegio.

Infinidad de veces he dicho y explicado que yo, a lo largo de los años que allí viví, infancia, adolescencia, juventud, fui madre etc. Jamás, y esto podría jurarlo sobre una Biblia, vi algo obsceno, algo desagradable, hombres o mujeres descontrolados. Lo que sí tuve y jamás podré olvidarlo, fueron unos vecinos admirables, tanto, que el señor Miguel Guardia, propietario del Trocadero, era un auténtico señor. Cuantos lucen canas, saben muy bien que antaño las enfermedades y los fallecimientos se pasaban en sus hogares, en Miquelet como le llamaban cariñosamente, tenía un corazón tan grande, era tan buena persona, y altruista, que de haber un enfermo de gravedad durante la noche, al disponer de teléfono, se encargaba de llamar al médico, procurando que el sereno, fuera a buscar el medicamento a la farmacia entregando el importe al mismo, después de haber pagado al galeno y de tener que ir a buscar a la hermana María, religiosa carmelita vecina nuestra de la calle de Santa Rosa. De tener la desgracia de fallecer, toda la noche iba mandando con uno de sus camareros, cafés, bocadillos, lo que fuese preciso, dejando sobre la cómoda mig amagat un papel de veinte duros, cuando cien pesetas eran 5.000 de los años mil novecientos.

El Trocadero, era una sala de fiestas, tan decente como cualquier cafetería de hoy en día .Con orquesta y espectáculo, llamado varietés que iba cambiando al igual que sucedía en El Trianón, cada mes.

Amén de las artistas, se encontraban otras señoritas a las que yo llamé samaritanas del amor, que se dejaban invitar a tomar una copa, cuantas más consumiciones hacían, mayor era el porcentaje de comisión que se llevaban. Decían las malas lenguas, que les servían aigua amb regalèssia. Éstas, conocidas como de alterne, su función era diferente, pero su trabajo nada tenía que ver con la sala de fiestas, vivían en casas d'aquell rodol vigiladas por sanidad.

El lugar, era amplio, la barra del bar se encontraba justo enfrente de la puerta de entrada situada en la calle de Santa Catalina. A la izquierda la orquestina situada sobre un entarimado a lo largo y ancho del salón se encontraban mesitas cuadradas con sus blancos manteles y taburetes, dejando un espacio libre en el centro donde danzaban las parejas, no tan solo los caballeros que iban solos, si no diversidad de matrimonios que acudían para aplaudir a las artistas.

¡Ah! se me olvidaba citar los reservados. Habitaciones a parte donde podían disfrutar de intimidad, en aquel momento criticado, pero en esta vida hay que saberlo todo. Hace muchos años conocí a una señora mayor, que de joven trabajó junto a una hermana de peluqueras, iban por las casas cada matí o dia si dia no a fer es monyo. Los domingos y días festivos mantenían su puesto de trabajo fijo en el Casino Mahonés, peinando alguna usuaria, que al salir del reservado, a veces sortia despentinada.

El moderno Cabaret El Trocadero, se inauguró el sábado 22 de diciembre de 1934. Celebrándose una gran fiesta de inauguración, acudiendo las primeras autoridades civiles y militares, amén de un nutrido gentío de todos los estamentos sociales.

Alguien dijo, que cada gobierno ha tenido su cabaret. Los republicanos no iban a ser menos, ellos tan liberales, tan modernistas, así fue como se inició la cosa, que el lunes "si Déu vol" continuaré.
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margarita.caules@gmail.com