Tel Aviv es una ciudad luminosa, moderna y volcada al mar. A lo largo del paseo marítimo se suceden restaurantes, terrazas, tiendas y un puerto deportivo, frente a una playa continua de arenas blancas. Los fines de semana la gente sale a pasear en familia y uno puede darse cuenta de la enorme variedad étnica de los israelíes. Aquí se ve gente de rasgos centroeuropeos, árabes, africanos, tipos mediterráneos, rostros de muchos lugares del mundo, tantos como emigraciones han ido conformando esta compleja sociedad. El mar aquí es abierto, bravo, con corrientes peligrosas de las que continuamente advierten carteles y vigilantes a través de molestos altavoces. En el extremo oriental del Mediterráneo, el sol siempre se pone sobre el mar y los atardeceres son bellísimos. A menudo salgo a caminar por la playa o a lo largo del malecón y casi siempre pienso que allá lejos, al final del horizonte, tras muchas leguas de mar, está Menorca y que, de algún modo, estamos unidos por este mar que tantas cosas ha visto y que todos reivindican, ya sea como cuna de civilizaciones, origen de imperios, fragua de fortunas o de una dieta saludable. Y es que el Mediterráneo se ha convertido en una forma de vida.
Carta desde Tel Aviv (Israel)
El mar que nos une
12/02/11 0:00
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