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Esta semana ha paseado por los titulares y tertulias de los medios el informe que anualmente analiza la capacidad académica de nuestros escolares. Los resultados no sorprenden, seguimos en la cola, pero avergüenzan, provocan golpes de pecho en la conciencia colectiva, todos somos responsables. Utilizar esos datos en el ámbito político contra el gobierno de turno empeora las cosas y descubre la inmadurez que todavía sufrimos, el sistema de enseñanza exige consenso, 30 años deberían haber bastado para un pacto social. El último intento del ministro Gabilondo cosechó el último fiasco y no fue él precisamente el principal culpable.

Visto desde el exterior de las aulas y de la recargada burocracia de la Administración en esta materia sí se aprecian, sin embargo, algunos detalles que ayudan a entender eso que se llama fracaso escolar. El control sobre los enseñantes es escaso y la presión sindical muy alta, basta observar que se recorta la jornada docente con motivo de las elecciones sindicales o que cada centro tiene varios días para declararlos no lectivos. Los alumnos de enseñanza obligatoria disfrutan de transporte gratuito, pero el Bachillerato no se incentiva de la misma manera, cada alumno debe apañarse por su cuenta para llegar al instituto. Las clases en barracones no despiertan la misma atención. En algunos aspectos, el gobierno de turno sí puede hacer mucho más.