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La celebración hoy del Día de la Constitución describe un arco de sensaciones, entre las que destacan la satisfacción colectiva por las tres décadas de convivencia pacífica que se sustenta en ese marco de consenso y la reflexión abierta hace años sobre la conveniencia de su reforma. El texto de 1978 es suficientemente flexible para haber desplegado un nuevo concepto de Estado, completo en la enumeración de derechos y obligaciones y útil en la previsión de situaciones como el estado de alarma declarado por primera vez el sábado. Esa fortaleza constituye el principal argumento en la defensa de su articulado actual.

La evolución de los tiempos y el cambio de las circunstancias del país motivan, sin embargo, razonadas propuestas de renovación de la Carta Magna. Lo que se cuestiona es el sentido de ese cambio. Si hasta hace poco se reclamaba una orientación claramente federalista con el fin de avanzar en el estado de las autonomías, la crisis actual ha obligado a mirar el aumento del gasto público que ha supuesto. Así, al debate se han agregado las opiniones que apuestan por dar prioridad a criterios de austeridad. Por tanto, quizás sea mejor valorar la salud de la Constitución y su referencia como marco válido para la sociedad española de hoy.