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La adoración al líder es práctica habitual en la política. Las sonrisas postizas y la lucha por la proximidad física, por un simple apretón de manos o un fugaz intercambio de palabras, son habituales cuando algún primera espada nacional nos visita para animar a las bases y ganar unos centímetros cuadrados en la prensa local, lo que sucede sobre todo cuando se atisban unas elecciones. Suelen participar en mítines postizos, con un público y un guión predecibles. Este fin de semana, dos ejemplos. El primero fue un señor más conocido por su condición de ex presidente de Andalucía que por su labor actual de ministro, quien para presentar a Marc Pons se dedicó casi en exclusiva a promocionar a Zapatero y zurrar a Rajoy, como cualquier socialista que se asoma a "Los desayunos de TVE". El sábado, contraataque. El propio Rajoy se apareció virtualmente y en formato XL por el Orfeón para soltar una lista de elogios sobre Águeda Reynés, alabanzas comodín de formulario que, sin entrar a cuestionar si son o no acertadas, a buen seguro repite cuando presenta a los candidatos de Sotocuéllamos, Petra o Roda de Ter. Hubo aplausos y gozo colectivo en ambos casos. Lo mismo que si hubieran contado un chiste malo o dado una voltereta. Si un día se les ocurre decir algo original o intelectualmente elaborado se nos desmaya alguien.