Hace unos días murió Marcelino Camacho, quien como otros mucho luchadores contra el franquismo ha sido premiado con una larga vida. Su figura ha sido glosada con cariño y la exaltación propia de la ocasión, como personaje importante de la transición y como líder del movimiento obrero en aquellos años convulsos en los que, entre otras cosas, si se convocaba una huelga general se obtenía un seguimiento general.
Todo ha cambiado y resulta injusto analizar liderazgos en contextos sociopolíticos distintos. Pero Camacho -como Nicolás Redondo- marcó una época, dirigió el sindicato antes de la reconversión industrial, había aún masa obrera y grandes fábricas, disponía del respaldo moral y la legitimidad democrática que en aquel tiempo otorgaba haber conocido la cárcel por causas políticas. El sindicato en aquel tiempo no estaba profesionalizado y la imagen que transmitía aportaba fiabilidad. A Menorca vino en dos ocasiones, en 1985 y en 1991, no vestía el jersey de punto y la chaqueta de pana que tanto le evocan sino una vestimenta correcta con corbata incluida. Fue a comer el menú de "La Huerta", el restaurante más proletario en aquellos años en Maó y ofreció, a pesar de la monotonía del lenguaje sindical, un discurso creíble, válido todavía hoy, "el capital no tiene corazón", la evasión es su gran escapada.
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