(Zaragoza, 1933) El conocido autor de "La Crisis Ninja" colabora habitualmente con el diario "Menorca" en el Suplemento de Empleo y Formación. Fue profesor de IESE en la Universidad de Navarra durante 35 años y acaba de publicar "La hora de los sensatos".
En los principios del siglo XX, mi abuelo paterno era peatón. Los peatones eran empleados de Correos, que se encargaban del reparto de la correspondencia por los pueblos. Tenía pocos años, cargaba su bolsa y, venga a andar, llevaba las cartas por los pueblos que le habían asignado.
Luego fue aprendiz en una tienda. Siempre dijo que dormía debajo del mostrador y nunca llegó a entender por qué los aprendices tenían derecho a hacer vacaciones como los demás. "Son unos señoritos", solía decir.
Luego trabajó de empleado en otra tienda y después, se estableció por su cuenta.
Después de trabajar todo el día, de madrugada, se ponía en la puerta de la tienda (lo de la libertad de horarios se inventó después) y a los que pasaban -no serían muchos- les preguntaba si habían ganado dinero aquella noche en el casino. Si le decían que sí, les animaba a que entrasen y se hiciesen un traje, que, por supuesto, lo hacía él, con más o menos acierto.
En los años 60, por esas cosas que pasan, conocí a Jaime en Estados Unidos. Tenía una empresa textil importante en Barcelona, pero tuvimos que ir a Boston, cada uno por su lado, para conocernos. Nos hicimos muy amigos. No tenía estudios universitarios. Había sido boxeador y luego carbonero. Trabajaba mucho. Montó un negocio en el que trabajaban unas 300 personas.
Era un hombre bueno, recio, de esos en los que uno se puede apoyar. Se manejaba bien por todo el mundo. Cuando le preguntaba en qué idioma se entendía, ponía cara de sorpresa y decía "¡En catalán!" Y era verdad. Le parecía lo más normal.
Montó un negocio en Venezuela. Le costó arrancar. Con 50 años y una buena posición económica, se fue a vivir a Caracas. Roser, su mujer, iba allí cada 15 días. En aquella época, yo iba también con mucha frecuencia. Una vez que le tocaba ir a ella, le llamó y le dijo que, como iba yo, ella se había quedado. Y Jaime le dijo: "Leopoldo me cae bien, pero prefiero que vengas tú".
Luis es un íntimo amigo mío. Con su hermano montó una empresa en los años 50. (No sé qué me pasa últimamente. Sólo hablo del siglo pasado. Y, si me descuido, del otro, como en el caso de mi abuelo.)
Cuando se casó, se compró un coche de tercera o cuarta mano. Allí dormía su mujer mientras él trabajaba por la noche en la fábrica y ella le esperaba fuera.
Mi abuelo, Jaime, Luis…¡cuánto trabajaban! ¡Y cómo se notó!
¡Y cómo lo notó la gente que tuvo trabajo gracias a ellos!
El otro día fui a desayunar a un bar que está cerca de mi casa en Barcelona. Han cambiado el horario: ahora es de 6.30 a 21, de lunes a domingo.
Ya lo sabían, pero han vuelto a inventar lo de mi abuelo, lo de Jaime, lo de Luis: que hay que trabajar. Se cansarán más, pero seguirán adelante y saldrán de ésta.
Veo fotos de la época de mi abuelo, pocas y amarillentas. Y de la época de Jaime y de la de Luis, en blanco y negro. ¡Qué mal vivíamos entonces! ¡Qué mal estaban las ciudades! ¡Y qué poco ayudaba el Gobierno!
Mi abuelo, y Jaime y Luis nunca se plantearon cómo les podía ayudar el Gobierno. Se jugaron su dinero, y dieron trabajo a mucha gente.
¿Qué nos pasa ahora? Tengo la sensación de que llevamos mucho tiempo viviendo demasiado bien. Tengo la sensación de que educamos a los hijos y a los nietos con esa filosofía (por llamarle de alguna manera) absurda de "no quiero que pasen lo que he pasado yo".
Y esos hijos y esos nietos, una vez educados (¿?) así, se lanzan a la calle a exigir empleo. O sea, a exigir que unos cuantos se jueguen su dinero para darles de comer a ellos. Pero ¿qué empleo les van a dar a estos mozos? ¿Quién será el abuelo o el Jaime o el Luis que se jugará su dinero y les dará trabajo?
Me parece que tenemos que volver a tomarnos la vida en serio. Que no puede ser que la próxima generación sea una mezcla de merengue y helado de tuti-fruti, con un Master, por supuesto, pero merengues.
Yo ahora digo que "de ésta" ya hemos empezado a salir. Pero lo digo pensando que hay muchos abuelos/Jaimes/Luises que, sin manifestarse, están trabajando.
Estuve hace unos días en un pueblo cerca de Barcelona, en una reunión de empresarios. Miércoles por la tarde, víspera de puente. La sala, llena. Los empresarios, planteando sus dudas y el Alcalde diciendo lo que el Ayuntamiento estaba haciendo para ayudarles. Nadie se quejaba. Todos planteaban lo que hacían y lo que se podía hacer.
Me acordé de mi abuelo, y de Jaime, y de Luis. Y del dueño del bar de mi barrio.
Y pensé que sí, que tengo razón, que ya estamos saliendo de la crisis. Y que es posible que muchos no se hayan enterado, porque siguen quejándose de lo mal que está todo.
Hay que arreglar muchas cosas. Hoy se me ocurren unas cuantas. (Haciendo un pequeño esfuerzo, se me ocurrirían muchas más, pero no me caben en este artículo.)
1. La financiación de las empresas. Lo están pasando mal. Muchas se sienten estranguladas.
2. Las distracciones infinitas del Estado y de las Comunidades Autónomas. No conozco a Núñez Feijóo, Presidente de la Comunidad de Galicia. Sólo he leído que tiene novia y que está reduciendo mucho el gasto de la Comunidad. Pues mire, D. Alberto: ya me cae usted bien. (No por lo de la novia, que a quien le tiene que caer bien es a usted, sino por lo del gasto.)
3. La formación de los chavales. Antes se decía que hay que hacer hombres para el mañana. Me parece que hoy se dirá hombres/mujeres. Se llame como se llame, hay que volver a poner de moda el trabajo y hay que volver a poner de moda al empresario.
4. Porque a los chavales les tenemos que meter en la cabeza que hay que trabajar, y que sin trabajar no haremos nada.
5. Y hay que decir en público que sin empresarios, tampoco haremos nada. Y que no me cuenten cuentos: lo del empresario con sombrero de copa, los anillos de oro y el signo del dólar en la solapa es una bobada. Eso no es un empresario. Eso, si existe, es un desgraciado. Los empresarios son otra cosa. Y nos hacen falta muchos.
P.S. 1. No he dicho que, entre las cosas que hay que hacer, está la reforma laboral, porque no sé qué quiere decir. Parece que hay unos que dicen que hay que dar facilidades para despedir y otros que no. También supongo que unos y otros dicen otras cosas.
2. Como he dicho ya otras veces, creo que lo laboral, si es que hay que arreglarlo, no se resuelve con una declaración de Fernández Ordóñez, una contradeclaración de Celestino Corbacho, otra declaración de Cándido Méndez y, para rematar, otra contradeclaración de Díaz Ferrán.
3. No, que si hemos de trabajar, hay que hacerlo en serio. Que no podemos hablar y hablar y hablar mirando al tendido, como toreaba Manolete (un torero también del siglo pasado, que a mí me gustaba mucho.) Que hay que mirar al toro, no al público. Todos juntos. Creo que a eso le llaman "diálogo social". Que le llamen como quieran. Yo le llamaría discurrir con la cabeza y no con los pies.
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Artículo cedido por Leopoldo Abadía y publicado en El Confidencial.
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