Cuando recuerdo la presentación del libro de Lindemann pienso que allí te conocí. Enseguida me di cuenta de tu talla intelectual. No eras moneda corriente, el brillo de tu cospel era de noble metal, valioso por escaso.
Cuando recuerdo nuestras reuniones en tu gabinete de trabajo, ese lugar en el que sonaba siempre tenuemente algún clásico, y que tu llamabas "la cueva", pienso que más que cueva era caverna primordial, ámbito.
Cuando recuerdo la presentación de mi último libro que tu apadrinaste, pienso en tus palabras aquella noche. Sinceras, profundas, imaginativas, emocionantes, no sólo para mi, sino para algunas personas con sensibilidad que captaron su esencia.
Cuando recuerdo "el día del libro" de los últimos años te veo en tu tenderete rodeado de tus obras, ofreciendo a los mahoneses relatos de leyendas e imágenes insólitas fruto de tu hermosa imaginación y pienso en el artista.
Jamás para ti el mundo tornará a ser extenso y misterioso. Nunca más la nube, la piedra, la planta, el animal ni la cosa mostrarán novedad.
Jamás comparecerá ya tu figura bondadosa, porque nada se repite sino que fluye hacia el vacío.
Jamás ya, experimentaré contigo la antigua alegría, el entusiasmo, la curiosidad, la constancia en la reflexión y a contemplar tu figura, porque lo pasado no vuelve.
Nunca más compartiremos juntos la voluntad de reflexión porque nada regresa, sino que transcurre sin retorno hacia la nada.
Cousas da vida, que decía Castelao.
Adiós Compañero; Amigo.
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