He visto últimamente que algún comentarista utiliza ciertos hechos históricos para sus argumentos comparativos con ciertas situaciones actuales. Refiriéndose a que el orden de los factores si que altera la resta, decía un viejo profesor de matemáticas con aquella oratoria parda de entonces, "que no se pueden mezclar inocentes palomas con venenosas serpientes". Pero en fin...
Respecto al meollo actual de esas comparaciones no voy a quitar ni poner rey como hizo Beltrán Du Guesclin con su señor, Enrique el de las Mercedes, en los campos de Montiel. Sin embargo sí me gustaría opinar como historiador sobre los acontecimientos históricos a los que se alude. La denominada "Reconquista", y el Motín de Esquilache.
La "Reconquista"
En el 711 ciertos africanos invadieron la Península Ibérica, acabando con la decadente monarquía visigoda del rey Don Rodrigo. Los recién llegados no eran árabes en su mayoría, eran "moros" es decir mauros o mauritanos, habitantes del norte de África (la antigua Mauritania, provincia romana) y de raza bereber. Esos que ahora en esta democracia tonta se denominan "ciudadanos magrebíes". Árabes, de todas maneras había una minoría: la aristocracia que ocupaba los puestos altos en la milicia, en la política y en la cultura. Por tanto para englobar a todos ellos en un grupo no se les puede denominar ni árabes ni moros, sino utilizando un criterio religioso: musulmanes. O sea: estamos hablando de la invasión de los musulmanes en la Península Ibérica en 711, invasión y conquista, evidentemente. Conquista musulmana, por cierto, de un reino heredero de otra invasión muy anterior: la de los bárbaros visigodos (o godos del oeste frente a ostrogodos o godos del este). Dos invasiones, pues, separadas en el tiempo.
Y ahora ciertos grupos islámicos reivindican la recuperación de Granada y Córdoba. Quieren que les devolvamos las dos capitales andaluzas.
Sí, hombre.
Por la misma razón los italianos podían reclamar "Hispania" a los descendientes de los visigodos, esos cristianos viejos cuyo apellido termina en "ez" como González o Rodríguez (que no Zapatero). Y si rizamos el rizo in extremis deberíamos también devolverle Atapuerca a los Neandertales que aún queda alguno "se los juro".
Por más que algunos se lo propongan no pueden hacer retroceder la dinámica histórica, que obedeciendo a sus propias leyes, camina siempre como el tiempo y el espacio, o sea el Universo, hacia lo que convencionalmente llamamos "adelante".
Reconquista. Sí ya. La versión tradicional de la España de la Reconquista en la actualidad no se sostiene, tanto por su duración de ocho siglos en los que ocurrieron muchas cosas, como por la reducción simplista a dividir la liza entre cristianos y musulmanes en lucha continua hasta la derrota de los segundos. Ni los cristianos lo eran tanto, ni los otros tampoco. Ni unos eran los buenos (hasta hace poco los primeros y ahora desde ciertas corriente papanatas los segundos) ni se puede simplificar la Historia. En efecto ¡cuántos reyes cristianos vistieron en ocasiones turbante, chilaba y zaragüelles, cuantas luchas fratricidas con asesinato incluido (Alfonso VI encarcelando a su hermano Don García; Enrique de Trastamara matando al suyo que le disputaba el trono). ¡Cuántas mezclas con sangre agarena!, como el mismo Alfonso VI cuyo único hijo varón lo tuvo con la princesa mora Zaida, hija del rey de Sevilla Al-Motamid, aún en vida de su esposa Constanza.
El motín de Esquilache
Carlos III nos quiso convertir en europeos y no somos europeos por más que nos quieran hacer. Tampoco somos africanos. Somos en todo caso un crisol interesante difícil de definir. Fíjense si es difícil que aún se discute "el ser de España", si es que el ser, la esencia, es.
Porque a lo mejor no es. De eso hablaremos otro día.
El Motín de Esquilache digo, o, mejor, el motín contra Esquilache, el ministro italiano de Carlos III; "el motín de las capas y sombreros" como nos contaba, en el viejo instituto de la plaza de San Francisco aquel profesor de Historia al que se le soltaban los cordones de los zapatos y que tenía un apodo de mayorista de frutas.
En efecto: las causas próximas del motín fueron la protesta del pueblo llano (en este caso, mejor, el populacho) por prohibirse la capa y el chambergo españoles so pretexto de que el embozo podía favorecer el atraco. En realidad detrás de la protesta castiza estaba un no menos castizo partido o facción que temía perder privilegios con la europeización ilustrada que Carlos III y sus ministros más conspicuos preconizaban. En esto y no en el embozo, estarían las causas remotas del motín, la reacción ante lo novedoso, la pérdida de poder de la primera nobleza del reino (los grandes de España) ante lo que ellos consideraban advenedizos: una nobleza baja recién encumbrada y surgida del mundo de toga (fiscales y abogados) que Carlos III colocaría, en detrimento de los Grandes, en las primeras magistraturas del Estado, tanto civiles como militares (el rey Carlos nombró por primera vez en la monarquía absoluta española a un civil, Miguel de Muzquiz como ministro de la Guerra).
Entonces se nos quiso hacer europeos no siéndolo y cada cual se fue a los extremos para defender esa idea o su contraria. Como ahora, vamos, y en eso sí que es posible la comparación.
Se puede decir que desde Carlos III estamos en casa.
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