Al empezar el tiempo de cuaresma os animaba a que vuestra vida tuviera una profunda preparación (lectura de la Palabra de Dios, oración, sacramentos…) para participar en la Pascua. Os recordaba la importancia del acceso al sacramento de la Penitencia para que experimentarais la alegría del perdón del Señor.
Hoy, día de la Pascua del Señor, os invito de nuevo a que viváis y expreséis con radical autenticidad la alegría de la Resurrección. También, por supuesto, a que comuniquéis a todos los que os rodean el acontecimiento que celebramos y los sentimientos vuestros que lo acompañan. Seguramente no resulta incómodo vivir dicha alegría porque el ambiente exterior nos ayuda a ello. Tanto la explosión de vida en la primavera como las costumbres y tradiciones pascuales nos proporcionan elementos suficientes para manifestar la alegre vivencia de estos días. En esto mismo coincidimos con muchos coetáneos que la expresan en descansos vacacionales, en viajes o en actividades gastronómicas.
A los cristianos me atrevo a pediros que deis un paso más en el camino de reflexión y de vivencia evangélica. No parecería correcto que el núcleo central de la fe, soporte de toda la vida cristiana, se redujera exclusivamente a exteriorizar los sentimientos de la alegría. Nuestra mirada debe ser más profunda. Lo que mostramos al exterior tiene que estar sujeto a un fundamento interior que constantemente renueva nuestras motivaciones y nos fuerza a contrastarlas con el mandato de Jesús. Manifestamos todo aquello que reside en nuestro corazón porque se ha llenado de Evangelio.
Las costumbres y las tradiciones recibidas nacieron para expresar con autenticidad la alegría de la Pascua. Es obligación nuestra llenarlas de sentido evitando la descalificación, la indiferencia o la superficialidad. Necesitamos purificar nuestras conciencias y convertirnos a la alegría de Cristo Resucitado renovando todas aquellas manifestaciones religiosas que nos acerquen a un encuentro más auténtico con Él. Queremos unir la voz a la de aquellas mujeres y a la de los discípulos que, con radiante felicidad, dijeron "No está aquí, ha resucitado". Ésta es la verdadera alegría de la Pascua del Señor. Además, experimentamos la vida nueva de la Resurrección que nos llena de plenitud y de felicidad para anunciarla al mundo entero.
Alegría que se concreta en nuestra sociedad actual cuando comprobamos que abundan las personas que luchan por la defensa de la vida, desde la concepción a la muerte natural, considerando un crimen que atenta contra la dignidad de las personas el aborto y la eutanasia.
Alegría cuando observamos a tantos sacerdotes entregados en cuerpo y alma al servicio de los semejantes. Son ejemplo de dedicación a Dios y a su Iglesia.
Alegría cuando vemos a tantos catequistas que se esfuerzan a diario por transmitir la fe a niños y jóvenes de nuestras familias. También a los profesores de religión que hacen lo propio, a veces con heroicidad, en colegios e institutos.
Alegría cuando los mismos jóvenes buscan encontrarse con Cristo dando un sentido pleno a sus vidas.
Alegría cuando tantos padres y madres de familia trabajan por la educación cristiana de sus hijos y solicitan la defensa y los derechos de la familia.
Alegría cuando tantos cristianos, en grupos de Cáritas o a título individual, piden que todos seamos más austeros en nuestra vida y más solidarios con los necesitados.
Que vuestra alegría sea completa.
Feliz Pascua de Resurrección
Vuestro Obispo
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