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De un tiempo a esta parte se ha creado en la en ocasiones lejanísima Mallorca una especie de agujero negro, de reducto de las tinieblas, de misterioso pozo sin fondo, donde los proyectos públicos de distinto pelaje se ven condenados a caer sin que, a partir de ese momento, se conozca cuál va a ser su futuro, cuándo van a salir del abismo temporal en el que han sido capturados. O al menos esto es lo que se desprende de los argumentos que, recientemente, los cargos públicos de la Isla utilizan para justificar los retrasos que sufren distintas inciativas de importante calado en su tramitación. La tela de araña en cuestión es la Comisión Balear de Medio Ambiente, organismo que vela por la bonanza ecológica y la sostenibilidad de todo cuanto se proyecta en las Islas. Nada que objetar a tan loable función, aunque sí a los retrasos que con frecuencia se le imputan. Si de la citada Comisión dependen cuestiones tan relevantes como un plan de carreteras o los distintos planes generales de ordenación urbana, cabría esperar que este ente contara con una mejor dotación de personal y que, por tanto, fuera más veloz. De otro modo al ciudadano le quedan dos dudas: una, si la Comisión de Medio Ambiente se ha convertido o no en un buen recurso para justificar todo retraso; y, la otra, si de verdad vale la pena tanta demora para lo que se acaba ganando.