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La inesperada y rápida caída del régimen sirio, encabezado por Bashar al-Assad, deja a aquel país, pieza clave en el tablero de Oriente Medio, ante un futuro muy incierto y complejo. Supone un duro golpe para Vladimir Putin, el presidente ruso, que era el principal valedor de al-Assad. Ahora, las bases rusas en aquel país quedan en un limbo. Siria es controlada por los rebeldes que lidera Abu Mohamed al-Golani, un antiguo yihadista que ha moderado su mensaje. Irán, y su filial Hezbolá, son los otros grandes derrotados. El régimen de los ayatolás sostuvo, militarmente, a Bashar al-Assad a cambio de una libertad de movimiento total.

Las milicias, que ahora luchan en El Líbano contra Israel, ven comprometida su retaguardia. Y para complicar aún más el panorama, Israel aprovecha el vacío de poder para avanzar en los Altos del Golán y tomar posiciones en antiguas líneas defensivas sirias. No es el único movimiento de Netanyahu, al ordenar que los restos del arsenal sirio sea destruido para evitar que caiga en manos equivocadas. Al mismo tiempo, los kurdos avanzan en territorio vecino, mientras que Turquía, el gran vencedor de esta crisis regional, trata de consolidar al nuevo régimen sirio. Mientras, Estados Unidos mantiene un perfil bajo. Un escenario de tensión geopolítica cuyos resultados son imprevisibles.