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Las próximas horas pueden ser críticas -más aún- en Oriente Próximo. Tras el brillante golpe táctico del Mossad, que hizo explosionar los ‘buscas’ y los walkie-talkie de los comandantes de Hizbulá, en una operación sin precedentes, el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu parece que busca el choque directo con la milicia islamista en El Líbano, consciente de que vive sus horas más bajas y es especialmente vulnerable tras quedar destruida su red de comunicaciones. Es, sin duda, una decisión arriesgada, teniendo en cuenta que detrás de Hizbulá se encuentra Irán, la potencia regional, y que la guerra en Gaza no ha finalizado.

De hecho, Hizbulá es infinitamente más poderoso que Hamás y el Gobierno israelí quiere aprovechar su ventaja estratégica para rematar a su rival más temido. En cualquier caso, una invasión directa de El Líbano, como ya ocurrió en 2006, puede ser la mecha que acabe por incendiar por completo la región, en una confrontación de resultado incierto. El futuro político -y quizás judicial- de Netanyahu pasa por una huida hacia adelante. Tras el bochornoso fiasco de seguridad del 7 de octubre, cuando los terroristas asaltaron desde Gaza los Kibutzs próximos y asesinaron a más de 1.200 judíos, el político no puede permitirse un solo respiro en las operaciones militares porque debería responder sobre lo ocurrido en su país.