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La tensión en la frontera norte de Israel y Líbano, entre las fuerzas hebreas y el movimiento islamista Hizbulá, patrocinado por Irán, ha escalado a un punto que se considera irreversible. La retórica bélica ha llegado al extremo que en Jerusalén hablan de una posible «guerra total».

Todo esto ocurre en un momento en el que la franja de Gaza está completamente devastada y los ataques se concentran en Rafah, donde según el primer ministro Benjamín Netanyahu se han atrincherado los últimos terroristas de Hamás y hay rehenes judíos secuestrados.

Ni las peticiones a la contención de la ONU, Estados Unidos y la Unión Europea han surtido efecto en el Gobierno israelí, cada vez más radicalizado. Pero Israel debe valorar que si abre un segundo frente contra Hizbulá chocará con el país islámico más poderoso de la región: Irán, que ya ha anunciado que ayudará a sus milicias en Líbano.

Un choque entre estos dos países sería de consecuencias devastadoras, desde el punto de vista económico y humanitario. En cualquier caso, Netanyahu no da su brazo a torcer y continúa devastando Gaza, donde han muerto ya más de 37.000 personas, la mayoría de ellas civiles inocentes. Las hambrunas y el calor agravan el infierno gazatí. Y mientras tanto Israel no ha conseguido ni destruir a Hamás ni rescatar a los rehenes secuestrados.