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Balears ya acoge, en estos momentos, a más de cuarenta refugiados de Ucrania que huyen de la agresión del presidente Putin, que bombardea su país. Menorca también se ha ofrecido para recibir a refugiados en un gesto de solidaridad que confirma a Balears como tierra de acogida para niños huérfanos, familias sin recursos. Varias asociaciones de las islas ya se están organizando para acoger a más familias que escapan del horror de la invasión.

El drama que sufren los ucranianos obliga a redoblar los esfuerzos para atender al alud de afectados que se desplazan para evitar los misiles y las bombas que destruyen viviendas y provocan numerosas víctimas entre la población civil. Occidente no puede defraudar en la atención a los más desfavorecidos, y en este contexto no faltan quienes les abren sus brazos. También aquí, en Balears. Con una celeridad y unidad de criterio encomiable, los países de la UE han abierto sus fronteras y facilitar la atención a los refugiados procedentes de Ucrania; una generosidad institucional que no debería ser excepcional. Queda, no obstante, mucho por hacer. No debe faltar una mano en la escolarización de los pequeños o la integración de sus padres, tampoco fondos para seguir financiando la llegada de más familias. Esta es la solidaridad que tampoco puede faltar ni fallar.