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Las movilizaciones contra la condena del Tribunal Supremo contra los políticos y activistas que organizaron el referéndum ilegal del 1 de octubre se suceden en Catalunya. Al mismo tiempo, se acentúa y recrudece la violencia callejera en Barcelona y otras ciudades catalanas, con duros enfrentamientos entre Policía y radicales, vandalismo, deterioro del mobiliario urbano, sensación de inseguridad y calles intransitables.

Los reiterados episodios de caos, que generan frustración y gran preocupación ciudadana, superan la capacidad de control de unas fuerzas policiales desbordadas. Frente a este dinámica, los mensajes institucionales para pedir calma -tanto del Gobierno central como de la Generalitat- no son atendidos por los grupos que utilizan técnicas de guerrilla urbana. Todo ello sin que sea abordada con realismo la cuestión de fondo del independentismo por los presidentes Sánchez y Torra. Se ha entrado en una dinámica muy peligrosa. La sociedad española y la catalana reclaman salidas a un conflicto político que se ha acabado enquistando. La vía judicial del procés se ha revelado ineficaz. Persistir en la misma estrategia implica seguir y confirmar los errores cometidos.