La Constitución de 1978 necesita ser reformada, sin que ello signifique renunciar a sus valores esenciales, aquellos que garantizan la España de los derechos y las libertades después del régimen del general Franco. Aquella Carta Magna precisa hoy, 37 años después de haber sido aprobada, una relectura acorde con los nuevos tiempos.
Porque la sociedad española, los ciudadanos que la formamos, es radicalmente diferente a la de mediados los años 70 del siglo pasado. Constituiría un error petrificar y mantener inalterado el marco constitucional. Es cierto que ahora no es el mismo momento histórico que se vivió desde noviembre de 1975 a diciembre de 1978, por lo que las respuestas han de ser otras. La España actual tiene problemas de calado que debe afrontar y resolver. En primer lugar, el modelo de Estado y su organización territorial con el proceso independentista catalán que ha de encontrar una vía de encaje.
La del 78 es una extraordinaria Constitución, base inspiradora y fuente de derecho de nuestro sistema democrático y de toda la arquitectura institucional. Pero hay que acometer su modernización para garantizar su continuidad y vigencia.