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Cuando se inventó la expresión escrita o sea, la escritura, se necesitó un soporte y herramientas para ponerla en práctica.

Al principio se grabaron los signos y se hizo en piedras con un cincel; tablillas de barro y estiletes; tablillas de cera y punzones.

Al inventar las tintas se usaron telas y pinceles; papiros, cañas o cálamos y plumas de ganso con sus puntas cortadas oblicuamente; pieles de cordero no nato, o sea, pergaminos y vitelas y, al inventarse el papel, se siguieron utilizando los cálamos y plumas de ganso, tinta; tinteros de vidrio o cerámica.    Después plumillas de acero, portaplumas, así como papel secante. Estilográficas y bolígrafos.

Con la invención de la imprenta se siguió utilizando el    papel en el que, letras hechas con molde, se impregnaban en tinta. Más tarde se inventaron las máquinas de escribir (siglo XIX) Sholes, Underwood, Olimpia, Olivetti. Al principio no tenían estuche y se tenía que hacer una caja de madera para trasladarlas, después se fabricaron las portátiles, luego las eléctricas, todas ellas ruidosas. Entonces se construyeron los ordenadores, las tablets y los teléfonos móviles, estos para enviar mensajes.

Actualmente se ha perdido el acto de escribir a mano, letra a letra, signo a signo y, si en principio existían letras difíciles de leer    en documentos comerciales, notariales, judiciales, legales, religiosos; crónicas, obras literarias y cartas, existían cuadernos, o sea, hojas de papel cosidas,    de caligrafía para aprender a escribir de forma bella, estética y también sencilla como los de Edelvives, Bruño, Rubio, Seix y Barral; de caligrafia carolingia, gótica, inglesa, georgiana, árabe; manuales y métodos como el Palmer, Palatino Arrighi etc.; en la actualidad los manuales Lettering, Copperplate, donde se aprende a escribir bella letra.

Hoy apenas se escriben a mano cartas, una costumbre que no debería desaparecer como tampoco los documentos y cartillas y todo debería guardarse en un museo para tener constancia de ello.