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Hace unos 25 años que compramos un terreno al Norte de Menorca, en Cala Morell, y unos 20 que edificamos una pequeña casa al borde del acantilado.

Por aquel entonces y de manera esquiva, alguna paloma se dejaba ver o pasaban haciendo picados hacia las grutas donde habitan huyendo de xorics o de halcones que las acechaban.

Al principio por las noches, la algarabía era casi ensordecedora y el misterio no fue desvelado hasta que en un documental de la serie «Thalassa» vimos como, justo debajo de casa, científicos estudiaban pollos de Baldrigas Cendroses (Calonectris Diomedea), ave que pasa la mayor parte en el mar y que solo se acerca a la costa para criar a sus poyuelos aprovechando el crepúsculo, para no ser detectada por sus depredadores.

Pero ese ruido ensordecedor de baldrigas fue a menos, en la misma proporción que aumentó el número de palomas que lo invadían todo: tejados, piscinas, cornisas, destruyendo con sus excrementos elementos estructurales de fachadas y contaminando el agua con diferentes patógenos.

A la par, investigadores armados con potentes focos rojos y amarillos enfocaban hacia el acantilado buscando pollos de baldrigas, cada noche de verano hasta altas horas de la madrugada y claro, con tanta insistencia las baldrigas huyeron hacia el Norte, hacia Punta Nati y sus nidos fueron ocupados por palomas.

Ahora son plaga y bandadas gigantes pasan por encima de nuestras cabezas, de 50 a 100 individuos, impunes a los pocos depredadores que las acechan, hartas de comer en los campos cercanos, buscan el agua de las piscinas para refrescarse y los blancos tejados para descansar.

Hará algo l’Ajuntament, el Consell, alguna entidad...y/o dejará la Universitat de presionar lo que era la mayor colonia de Baldriga Cendrosa del Mediterrani para que su vuelta revierta lo que nunca tuvo que haber sido... en aras de la ciencia?!

«Temps era temps en què des de ses barques es podien caçar ses palomes dins de ses coves».