«El fascismo causó estragos en Europa en los años treinta, y cuando acabó la segunda guerra mundial, en 1945, los vestigios de los partidos de extrema derecha volvieron a hacer aparición en los márgenes de la escena política. En los años ochenta, cuando todo aquello había comenzado a caer en el olvido, algunos de esos partidos empezaron a nutrirse de votos de protesta al desatarse la polémica en torno a la inmigración, avivada por la prensa sensacionalista en busca de noticias fáciles», (Glyn Ford).
A lo largo de la historia de Europa, esta nos ha enseñado o deberíamos haber aprendido, que los extremismos no son un «camino» hacia la paz y la concordia entre los pueblos, ni tan siquiera para un mismo pueblo.
El peligroso y radical giro político hacia la ultra extrema derecha en Europa, nos demuestra una clara falta de conciencia política en las gentes y pueblos. Parece ser que hay olvido de nuestra propia historia, resurgiendo los hijos de entonces aquellos fascistas.
El discurso de la política de ultraderecha no es otro, que el de la involución y la decadencia, sin duda, el retroceso para un pueblo, es el volver atrás, a años de oscuridad, y miedos, es negar el progreso, la unión, la armonía y la convivencia pacífica entre sus gentes.
Las voces de los dirigentes de la extrema derecha y su discurso o «programa», no es otro, no hay más, que el de agitar a sus acólitos incitándolos al enfrentamiento fomentando e estimulando el odio, la xenofobia, el racismo y la violencia.
No veo en todo ello ni la más mínima expresión de luz y de razón, de conciencia, de conocimiento del bien y del mal y de dignidad humana.