Allende de nuestras fronteras suenan tambores de guerra. El covid se ha vuelto a enmascarar. Mientras los países castigados por su enésima mutación, está más nociva si cabe, estudian el mejor modo de minimizar sus efectos: suprimir vuelos con los países afectados, incidir con rigor en la mascarilla, en los metros de separación entre personas, en el estricto aforo de los locales, en la ventilación de los mismos, en la higiene personal; inciden en todo lo que pueden controlar. Entre tanto no pueden actuar, al menos esto demuestran, con la más ferviente recomendación de los virólogos: la inoculación global de la vacuna.
Los convencidos adeptos de la vacuna observan con estupor como los gélidos negacionistas continúan impertérritos con su egoísta sinrazón, no siguen los consejos de los entendidos virólogos. Insisten en que no se quieren vacunar, no lo ven claro, no están convencidos.
Ahora que ya sabemos que la pandemia ha venido para quedarse a convivir con nosotros, nuestro deber es intentar adaptarnos, debilitar sus deleznables intenciones. El conseguirlo no será posible si una parte de la sociedad no sigue las pautas marcados por los especialistas. Lo que no tiene explicación lógica, es que debamos obedecer las medidas y restricciones impuestas por las autoridades, en cambio la que parece más trascendente la podamos obviar tranquilamente.
Esperemos que todo vaya a mejor. La responsabilidad es colectiva, nos afecta a todos. Nuestro deber como ciudadanos es intentar que la menor cantidad de personas se vea afectada: ancianos, niños, personas de riesgo. Para conseguirlo debemos actuar como nos indican los que más saben de pandemias: Los virólogos.